Sibilino silencio
va desnudando
calles en compacta
intimidad, desvanecida
entonces
la constante
amalgama de sonidos,
la percusión monótona
del trote de caballos
sobre el tambor
inmenso, en lejanía,
de misteriosas
pampas.
Desperezadas las
aceras, muestran
con claridad sus
dimensiones, libres
de inquietos peatones
que pasaban
con las bridas
en mano.
Soñolientas
persianas
sus párpados
distienden, mientras rígidas
farolas
—militarmente en hilera—
compiten con la
luna.
En los oscuros cercos,
ya se presiente
la punzante espuela
del nuevo
amanecer.
(Y de los abrojos pájaros de luz)