LA VOZ POÉTICA EN "ÍNTIMO LABERINTO"

 

Llama la atención en Íntimo laberinto, de Fernando Prior ⸺compañero de infancia y adolescencia, y siempre amigo⸺ el yo poético tan intenso que lo vertebra y que responde, prácticamente en su totalidad, a la biografía del autor. Así sucede también, por poner un ejemplo, con la poesía de Luis Cernuda. En ella, la relación yo poético / autor es tan estrecha que se puede calificar de autobiografía poética.

Sin embargo, otro tipo de poesía no guarda esa íntima relación, y las vivencias expresadas por el yo poético no corresponden exactamente a las del autor. Se trata de un yo poético dilatado en el que toman realidad ilusiones, deseos u otras opciones del autor que no llegaron a realizarse; es decir, todo aquello que pudo ser su vivencia y no lo fue. Así, el yo poético de Pessoa se agranda, y afirma: «El poeta es un fingidor. / Finge tan completamente / Que hasta finge que es dolor / El dolor que de veras siente».

Diversa es la temática del poemario (naturaleza, amor, soledad, familia, inquietud social, tristeza, religiosidad…), utilizando para su expresión el molde clásico (soneto, romance, décima…) y la prosa poética. Cabe en él todo lo relacionado con el vivir humano. Capital importancia adquiere el bloque de poemas sobre la naturaleza. Se entra en ella como en un templo sagrado y se percibe una emoción máxima con las continuas exclamaciones en un lenguaje directo, espontáneo. Una emoción impregnada de color, de luz, de olor, ingredientes de la poesía andaluza, y en una apacible atmósfera, endémica, de su ciudad natal: « El otoño ya bañaba / de oro puro la arboleda, / y una alfombra se formaba / debajo de la alameda…». «… ¡Qué lindo es ver los campos / de diminutas flores adornarse, / y al paso de las horas / de preciosos colores esmaltarse!...». Y en un tono más exaltado con la exclamación y con la figura retórica de la anáfora intensificando el sustantivo: «… ¡Campo de tierra labrada, / campo de trigo sembrado / ¡Campo de arroyos que cantan, / campo de rocas callado!...». Incluso se recurre a la naturaleza para engrandecer el amor: «…Traspasé el umbral de tu jardín y me alimenté de las encendidas rosas de tus labios…».

Un yo poético que, preocupado por el deterioro progresivo de nuestro planeta, levanta su voz quejosa: «…El mundo somos todos, tú y yo, nosotros y vosotros que, día a día, la Tierra destruimos…». Y continúa levantándola contra una sociedad consumista, que solo busca el dinero y el poder, que no se preocupa de los más débiles y necesitados: «…Desde aquí surge mi grito como trompeta que toca en claro amanecer / […] ¡Ven para librarnos del seco y estéril desierto del consumo! / ¡Del dorado espejismo de la bolsa! / ¡De la oscura selva del tener!...».

Yo poético «sediento de paz, de justicia» y que me hace recordar a Walt Withman, poeta sensible y espontáneo, que acoge en los brazos infinitos de sus versículos a los más desvalidos, que abraza a todos los hombres sin importarle su raza e ideología, que entreteje un bello canto a la naturaleza: «…De mí brotan infinitas voces largo tiempo calladas, / Voces de generaciones interminables de prisioneros y de esclavos, / Voces de enfermos e inconsolables, de ladrones y de enanos…».

Conforme se avanza en el camino de la vida y se recorren muchos kilómetros de existencia, una cierta querencia conduce a los felices días de la infancia («…No puedo menos de añorar los viajes a casa de mis abuelos en la Victoria, con los cálidos aromas a bollos, magdalenas, suspiros, roscos y pestiños…». Se sabe que toda invitación exige una despedida. La invitación a la vida también. Ese tren de la tarde, sin hora y con un único destino, que se presiente en esa antítesis de alegría / tristeza: «…Allá en la primavera […] alegres campanas sonaban en el corazón. Hoy se escucha el toque de agonía con su lúgubre quejido de tristeza y de dolor…». Mientras, seguir adelante «andando los caminos de la tarde» ⸺como afirma con verso machadiano⸺, con fuerzas para sobreponerse al desaliento: «Pero me alzaré como el fénix que de sus cenizas toma cuerpo. / Volaré como las águilas oteando desde lo alto de los cielos…».

Un yo poético, en definitiva, intenso, que se admira, goza, duda, sufre… y que ⸺utilizando el recurso de la sinécdoque⸺ generosamente se entrega: «...¡Tomad mi corazón, os lo suplico! / Cogedlo con cuidado con las manos!».

 

M. Aguilera

 

 

 

 

 

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