No desdeña ningún
espacio
el violinista
callejero.
Hoy, sentado en su
taburete,
realza una modesta
esquina,
como también en
otras ocasiones
alguna silenciosa
plaza
o calle concurrida.
Apoya firmemente
el violín sobre el
hombro
y con dulzura
inclina su cabeza:
fusión del
violinista y su instrumento
en compacta emoción,
ninguno existe por
sí mismo.
Frote frenético del
arco
sobre las cuerdas,
cálidos sonidos
de imperceptibles
alas en la noche.
Un sinuoso vuelo de
notas
que alcanza a mis
fibras más íntimas,
que deja un poso de
quietud
y mudas sensaciones
que no sé descifrar.
Notas que en su
largo trayecto
se van debilitando
y exploran su lugar
en la rugosa y
amplia partitura del campo.
No vibrarán al
efusivo aplauso
de un repleto
auditorio,
sí a las joviales
gotas de rocío
que se ofrecen a la
mañana.
(Flujos de voz que no cesan)
Manuel Aguilera Serrano