EL VUELO SUICIDA

 

 

¡Aquellas golondrinas del balcón del Adarve!

Las que estamparon por primera vez

el vuelo suicida en mis ojos.

Raudas, hendiendo el aire con sus fintas,

enfilaban pronto el abismo,

y ascendían de nuevo con vigor

hacia el espacio siempre en vilo.

            Congelaban mi tiempo

los escasos centímetros

para el irremediable choque

que, perplejo, lo estaba imaginando.

 

En un enigmático instante,

quizá una señal invisible

paralizó su movimiento,

también su recurrente canto,

mientras un sólido silencio

se me acercaba muy despacio.

(Flujos de voz que no cesan, Manuel Aguilera)


EL VIOLINISTA CALLEJERO

 


No desdeña ningún espacio

el violinista callejero.

Hoy, sentado en su taburete,

realza una modesta esquina,

como también en otras ocasiones

alguna silenciosa plaza

o calle concurrida.

            Apoya firmemente

el violín sobre el hombro

y con dulzura inclina su cabeza:

fusión del violinista y su instrumento

en compacta emoción,

ninguno existe por sí mismo.

Frote frenético del arco

sobre las cuerdas, cálidos sonidos

de imperceptibles alas en la noche.

Un sinuoso vuelo de notas

que alcanza a mis fibras más íntimas,

que deja un poso de quietud

y mudas sensaciones que no sé descifrar.

Notas que en su largo trayecto

se van debilitando

y exploran su lugar

en la rugosa y amplia partitura del campo.

No vibrarán al efusivo aplauso

de un repleto auditorio,

sí a las joviales gotas de rocío

que se ofrecen a la mañana.


(Flujos de voz que no cesan)


                                                                          Manuel Aguilera Serrano

EL VUELO SUICIDA

    ¡Aquellas golondrinas del balcón del Adarve! Las que estamparon por primera vez el vuelo suicida en mis ojos. Raudas, hendiendo ...