EL POEMA "VELAS", DE CONSTANTINO KAVAFIS

 

Artículo publicado en El Celemín (revista de vida y cultura de Torrecampo [Córdoba] ), nº 31, agosto 2023.


Los días del futuro están delante de nosotros
como una hilera de velas encendidas
velas doradas, cálidas, y vivas.

Quedan atrás los días ya pasados,
una triste línea de velas apagadas;
las más cercanas aún despiden humo,
velas frías, derretidas, y dobladas.

No quiero verlas; sus formas me apenan,
y me apena recordar su luz primera.
Miro adelante mis velas encendidas.

No quiero volverme, para no verlas y temblar,
cuán rápido la línea oscura crece,
cuán rápido aumentan las velas apagadas.

(Versión de Miguel Castillo Didier) 

 

 

Constantino Kavafis (Alejandría, 1863-1933) murió el 29 de abril, el día de su cumpleaños. A excepción de unas cuantas salidas, residió siempre en Alejandría, donde trabajó como empleado en el Ministerio de Riegos, oficio que poco le atraía; sin embargo, estaba considerado como un trabajador eficiente y responsable. Llevó una vida sencilla sin acontecimientos relevantes, entregado a la poesía con entusiasmo, y siendo considerado como uno de los grandes poetas contemporáneos.

Estimaba Alejandría, lugar por donde se expandió la cultura griega fundiéndose con otras. Así, se consideraba griego, amante de esa cultura. Para él, Grecia era más bien una idealización de la belleza, del equilibrio, de la armonía, que respondía a una cultura más que a unos límites geográficos. Estudió escrupulosamente el griego y lo eligió como vehículo de su expresión poética. No se entendería su poesía sin esa raíz clásica. Lo mismo que tampoco sin los poemas de temática homosexual.

El poema “Velas” fue uno de los primeros que escribió. Circuló en hojas sueltas entre su círculo de amigos. Impactó en sus lectores, de manera que se le conoció como el poeta de las velas. Llama la atención su grandiosa sencillez, al mismo tiempo que esa intensidad de lo visual: la fila de velas apagadas significando el paso del tiempo, su veloz galope siempre ganando terreno a las velas encendidas (el futuro). Impresiona visualizar los instantes del presente más cercano en un continuo consumirse (las velas humeantes).

Utiliza el motivo poético de las velas que tanta tradición tiene  en el plano religioso o artístico (especialmente en la pintura). Imagen que todos conservamos de las iglesias. En Alejandría era corriente observar, en las iglesias ortodoxas, filas de velas encendidas, apagadas, dobladas, humeantes… El poeta emplea este símbolo cultural para desarrollar de esa manera tan visual el poema, que está estructurado en dos partes.

La primera parte está formada por dos estrofas, la primera de ellas delimitada por el pronombre personal 'nosotros' (1ª persona del plural), y es, por tanto, una consideración general concerniente a todas las personas. Y, a través del símil o comparación, se centra en los días del futuro, que están ahí delante, contiguos a nosotros «como una hilera de velas encendidas». Velas en su máximo esplendor, utilizándose tres adjetivos (doradas, cálidas, vivas) que, al menos, son sinónimos parciales que intensifican esa idea positiva. En la segunda estrofa, referida a los días del pasado, otros tres adjetivos (frías, derretidas, dobladas) se oponen como antónimos respecto a los de la primera. Se dilata la antonimia con adverbios (atrás / delante), con sustantivos (el pasado / el futuro). Todo esto configura una oposición total entre las dos estrofas, llegándose a la antítesis entre los días del pasado y los del futuro, el recurso literario más importante del poema.

 La segunda parte se inicia con el pronombre personal de primera persona del singular, un yo elíptico («no quiero», «miro»…) que expresa concretamente el sentimiento del yo poético ante esa consideración general. Hay una concienciación de la finitud de la existencia. Todos esos días que fueron velas encendidas finalizan en la triste realidad de las velas apagadas. Ello le ocasiona, como afirma, una profunda tristeza, empleándose el recurso de la repetición para intensificar («sus formas me apenan, / y me apena recordar su luz primera»). Se niega rotundamente a mirar hacia atrás (obsérvese el recurso de la repetición intensificando: «No quiero verlas… / No quiero volverme»). Le produce escalofrío, pánico, el contemplar la rapidez expresada en la anáfora «cuán rápido… / cuán rápido» de los dos últimos versoscon que crece linealmente la oscuridad, lo mismo que las velas apagadas (días consumidos). Los dos versos poseen además la misma estructura sintáctica y casi idéntico significado. Se utiliza, por tanto, la figura literaria del paralelismo para intensificar la idea. Otra vez, como tantas veces en literatura, surge el tópico virgiliano del tempus fugit.

Para nada es negativo el poema. Lo sería si su actitud tan solo consistiese en volver la cabeza hacia atrás, apenado, sobrecogido, contemplando el nefasto espectáculo. Se paralizaría su vida (se viene a la mente la metáfora bíblica: la conversión de la esposa de Lot en estatua de sal). Todo lo contrario, el yo poético adopta una actitud vitalista: mirar adelante sus velas encendidas. No importa el número. El gozar la vida, aunque sea tan breve, lo tiene muy arraigado Constantino Kavafis, como lo expresa en su poema Al atardecer: « Corta fue la hermosa vida. / Pero qué poderosos perfumes, / en qué lechos espléndidos caímos, / a qué placeres dimos nuestros cuerpos…». Es lógico que, tras el fugit tempus, surja también el tópico horaciano del carpe diem, aprovechar el momento de la vela encendida. Para él, la vida es un viaje, un trayecto hacia delante, hacia la luz que nos precede. Y, como se desprende de su poema Ítaca, refiriéndose a Odiseo en su viaje de vuelta a casa, lo importante no es la llegada, la meta, sino la experiencia del trayecto. Ahí se forma la personalidad, se despiertan los sentidos y se aprecia el gozo de los placeres que ofrece la vida. Cuando se llega al término del viaje, a la patria nativa, ya todo está hecho.

 

                                                  Manuel Aguilera Serrano

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                            


 

SOLILOQUIO CON ECO EN MAR OSCURO

 

        El exiliado mira hacia el pasado, lamiéndose

         las heridas; el inmigrante mira hacia el futuro,

         dispuesto a aprovechar las oportunidades a su     

         alcance.

                                                       Isabel Allende

   

Sí, vaciados de fuera, propietarios

de nada que no sea la miseria;

mas de tribulación, anegados por dentro.

El silencio nos come poco a poco

en el caparazón de esta tortuga,

que va horadando muros de tiniebla

que ha construido la noche.

Caparazón de cuellos,

flexibles, de latidos

como golpes de mazo.

El destino, lejano e inseguro.

Hay que padecer hambre

para ofrecerse como fácil presa

sobre un abismo hambriento.

Hay que estar desvalido para huir

con desgarros de amor.

Escuchen el lamento,

ayuden a quemar

estos ignominiosos cascarones,

y que calienten nuestras frías almas.

Aprenderemos todos

a sentirnos personas.

«Y no podrán vivir

los reyezuelos sin sus dientes de oro,

ni reinar con coronas oxidadas».

Y siempre dueños de nosotros mismos.

«Amén».

Amén.

(Y entre los abrojos pájaros de luz)

                                                       Manuel Aguilera

CIUDAD

                        

Sibilino silencio

va desnudando calles en compacta

intimidad, desvanecida entonces

la constante amalgama de sonidos,

la percusión monótona del trote de caballos

sobre el tambor inmenso, en lejanía,

de misteriosas pampas.

Desperezadas las aceras, muestran

con claridad sus dimensiones, libres

de inquietos peatones que pasaban

con las bridas en mano.

Soñolientas persianas

sus párpados distienden, mientras rígidas

farolas —militarmente en hilera—

compiten con la luna.

 

En los oscuros cercos,

ya se presiente la punzante espuela

del nuevo amanecer.

(Y de los abrojos pájaros de luz)

EN RECUERDO DE ANTONIO ROMERO

                      


El 21 de diciembre nos dejó Antonio Romero Márquez (Montilla 1936- Málaga 2022), poeta de una gran trayectoria poética y a quien en este blog le dediqué varios artículos (entradas: “Con palabras que son de vuestras bocas”, “Comentario a Málaga clara”). No se exhibió en cenáculos académicos, sino que llevó su quehacer poético a su manera. Se relacionó en Málaga con el poeta de la generación del 27 Jorge Guillén, reconociéndolo como único maestro, y con Bernabé Fernández-Canivell, «amigo y protector de poetas». 

En su poesía aflora esencialmente un yo poético dolorido, enfrentado a un mundo que le es adverso. Un yo poético atormentado en un laberinto interior que no tiene salida, y surgen sus dudas de raíz existencial sobre la muerte, el más allá, el sentido de la vida…  No descansa su búsqueda manteniendo siempre la esperanza de vislumbrar algo de luz.

Poeta, en definitiva, de vasta cultura, perfeccionista del verso, que emplea preferentemente la métrica y rima clásicas, cuya obra merece un serio estudio que lo sitúe en el nivel que le corresponde.

Valga como homenaje el poema «Despedida», que cierra su libro Con palabras que son de vuestras bocas (2010). En este poema utiliza el verso alejandrino en estrofas de serventesios.

Descanse en paz.

                          Despedida

Debemos despedirnos. Y en una despedida

en la que las deidades asisten de testigos,

es justo que bebamos en honor de la vida

y que después partamos como buenos amigos.

 

De incontables botellas, a manera de balas,

con sendos taponazos he horadado mis sienes;

adiós, mujeres buenas, adiós, mujeres malas,

me habéis herido algunas, mas no recuerdo quiénes.

 

No son tiempos románticos los que ahora vivimos,

¿mas quién no vive a fondo su estúpida novela?

La vida no se ablanda con versos ni con mimos;

es una yegua loca que hay que herir con la espuela.

 

Adiós, pues, camaradas. Hasta otra, compañeros.

En mi humilde jardín se han secado las rosas;

y a los que fuisteis fieles, e incluso a los arteros,

quisiera dedicaros unas frases hermosas.

 

Unas frases que digan con toda mi cordura,

a aquél que quiera oírme, la sed por la que vivo:

fui un hijo de la pena, bebí una leche oscura

y un anhelo sin nombre me mantiene cautivo.

 

Aunque lo quise todo es poco lo que obtuve.

Caminé por el mundo como el que va sin meta.

He sido entre los hombres la sombra de una nube,

una absurda pasión y una llama secreta.

 

Cuando quise ser bueno, no fui más que un idiota.

Cuando quise ser malo, me porté como un loco.

No creo merecida tan pesada derrota:

me consuelo pensando que ya me queda poco.

 

No es la ocasión ahora de lamentar el trance,

tal vez del todo absurdo, de estar sobre esta tierra.

Yo le agradezco al sabio que a desvelarme alcance

ese poder sin nombre que en su puño me aferra.

 

No sin melancolía levanto hoy la copa

y aunque el beber amargue, bebiendo me despido.

Efímera es la espuma que puja tras la popa.

Pronto vendrá el silencio; y después, el olvido.

EL VIOLINISTA CALLEJERO

  No desdeña ningún espacio el violinista callejero. Hoy, sentado en su taburete, realza una modesta esquina, como también en otra...