El
21 de diciembre nos dejó Antonio Romero Márquez (Montilla 1936- Málaga 2022),
poeta de una gran trayectoria poética y a quien en este blog le dediqué varios artículos (entradas: “Con palabras que son de vuestras bocas”,
“Comentario a Málaga clara”). No se
exhibió en cenáculos académicos, sino que llevó su quehacer poético a su
manera. Se relacionó en Málaga con el poeta de la generación del 27 Jorge
Guillén, reconociéndolo como único maestro, y con Bernabé Fernández-Canivell,
«amigo y protector de poetas».
En
su poesía aflora esencialmente un yo poético dolorido, enfrentado a un mundo
que le es adverso. Un yo poético atormentado en un laberinto interior que no
tiene salida, y surgen sus dudas de raíz existencial sobre la muerte, el más
allá, el sentido de la vida… No descansa
su búsqueda manteniendo siempre la esperanza de vislumbrar algo de luz.
Poeta,
en definitiva, de vasta cultura, perfeccionista del verso, que emplea
preferentemente la métrica y rima clásicas, cuya obra merece un serio estudio
que lo sitúe en el nivel que le corresponde.
Valga
como homenaje el poema «Despedida», que
cierra su libro Con palabras que son de vuestras bocas (2010). En este poema utiliza
el verso alejandrino en estrofas de serventesios.
Descanse
en paz.
Despedida
Debemos
despedirnos. Y en una despedida
en la que las
deidades asisten de testigos,
es justo que
bebamos en honor de la vida
y que después
partamos como buenos amigos.
De incontables botellas,
a manera de balas,
con sendos
taponazos he horadado mis sienes;
adiós, mujeres
buenas, adiós, mujeres malas,
me habéis herido
algunas, mas no recuerdo quiénes.
No son tiempos
románticos los que ahora vivimos,
¿mas quién no vive
a fondo su estúpida novela?
La vida no se
ablanda con versos ni con mimos;
es una yegua loca
que hay que herir con la espuela.
Adiós, pues,
camaradas. Hasta otra, compañeros.
En mi humilde
jardín se han secado las rosas;
y a los que
fuisteis fieles, e incluso a los arteros,
quisiera dedicaros
unas frases hermosas.
Unas frases que
digan con toda mi cordura,
a aquél que quiera
oírme, la sed por la que vivo:
fui un hijo de la
pena, bebí una leche oscura
y un anhelo sin
nombre me mantiene cautivo.
Aunque lo quise
todo es poco lo que obtuve.
Caminé por el mundo
como el que va sin meta.
He sido entre los
hombres la sombra de una nube,
una absurda pasión
y una llama secreta.
Cuando quise ser
bueno, no fui más que un idiota.
Cuando quise ser
malo, me porté como un loco.
No creo merecida
tan pesada derrota:
me consuelo
pensando que ya me queda poco.
No es la ocasión
ahora de lamentar el trance,
tal vez del todo
absurdo, de estar sobre esta tierra.
Yo le agradezco al
sabio que a desvelarme alcance
ese poder sin
nombre que en su puño me aferra.
No sin melancolía
levanto hoy la copa
y aunque el beber
amargue, bebiendo me despido.
Efímera es la
espuma que puja tras la popa.
Pronto vendrá el
silencio; y después, el olvido.
Descanse en paz. Muy bonito. ❤️
ResponderEliminarSí, es un buen poema.
EliminarMagnífico poema que nos hace entender al poeta en su lucha existencial . Ojalá haya encontrado la luz ansiada. Descansa en paz , Antonio.
ResponderEliminarAntonio ha sido un buen poeta.
EliminarQue bonito y cuánta razón 👍
ResponderEliminarEs un poema que gusta.
EliminarMe ha encantado. Gran poeta. Otro hijo preclaro de Montilla
ResponderEliminarAsí, es Fernando. El poema es muy bueno, y el poeta también.
ResponderEliminar