Antonio Romero Márquez
(Montilla, 1936) es una importante
voz poética dentro de los poetas andaluces. Trasladado a Málaga como profesor,
se relaciona con el poeta Jorge Guillén (residente entonces en esta ciudad), al
que reconoce como único maestro, así como con Bernabé Fernández-Canivell, "amigo
y protector de poetas". Con el aliento de Guillén, selecciona y prologa su Antología
del mar. Ha escrito artículos en diversas revistas y periódicos de ámbito
nacional, y también ha realizado diversas traducciones de obras. En 1993, fundó el suplemento Papel Literario, del Diario Málaga Costa del
Sol. Fue el autor de los fascículos que formaron lo que sería el libro Picasso,
una mirada.
A él,
poeta amigo, con quien he dialogado bastantes veces, invité a unas lecturas
poéticas en mi instituto (“Politécnico, Jesús Marín”). Y lo presenté con el
siguiente comentario a un poema extenso, “Málaga clara”, que da inicio a su
libro Málaga clara y otros poemas.
Someter el poema —como ya advierte Antonio Romero en el prólogo— al rigor
de la métrica y de la rima dificulta al máximo el desarrollo del contenido.
Supone un virtuoso ejercicio formal donde el autor da sobradas muestras de su
maestría versificadora.
Es de admirar la brillantez poética preferentemente en la primera parte
del poema, en la que el yo poético elogia a la ciudad, emanando de sus versos
una gran sensualidad por su cromatismo y sonoridad (Urna solar en la que el mar fulgura / piedra estelar que en su fulgor
se extrema; Cálices de oro en cuyo ardiente polen…). Sin poderlo evitar, me
viene a la memoria la poesía de Rubén Darío, y no solo por la expresión poética
sino también por el uso de la mitología, concretamente en la referencia a
Venus, la diosa del amor y la belleza. Aparece en la poesía del nicaragüense
unas veces como expresión suma del amor, otras como ideal a seguir en esa
búsqueda constante del poeta por conseguir la perfección poética. En el poema
de Antonio Romero, Venus muestra su cara en la belleza de Málaga, renaciendo cada
día de la blanca espuma, como en sus
orígenes. La diosa de la belleza reside siempre en ella.
Sin embargo, entre tanta belleza, contrasta el dolor, la desolación, la
frustración vital del yo poético, que reiterativamente expresa su pena en la
segunda parte del poema, concentrándose en ella la carga emotiva. Véanse, como
ejemplo, los siguientes versos en los que, además de la belleza, destaca
también la intensidad del sentimiento: Mi
corazón se desgarró en el viento / Como una nube. Se trata de un yo poético
que busca lo consistente, lo eterno, y
sólo halla la insatisfacción porque no hay nada que existencialmente le llene.
Incluso los momentos que podrían haber sido felices han sido vividos sin brillo
(Horas de amor en que aprendí el lamento
/ Sombras de un gozo que jamás retuve). Su dolor no es reciente, no es
fresco. Es un dolor intensamente recordado de un pasado aciago, que ha dejado
en su presente la secuela de una tristeza perenne, la cicatriz de una herida (Hoy quien me roce encontrará en mi pecho /
Seca la herida; Hoy en tu calma mi inquietud se aquieta).
Desde un presente calmado, sumido en la luz y el mar, como dice
el poeta en el prólogo, la tercera parte del poema —tras una alusión a ilustres
hijos de Málaga (Picasso, Rueda)— en tono emotivo descendente, pero muy bello, concluye:
Sea la tierra que me acoja leve / Como la
espuma. Deseo que aparece ya al principio del poema, solicitando ese reposo
definitivo (Si alzo en tu luz mi
afirmación terrestre, / Lecho en tu piedra para mí prepara).
En conclusión, Málaga clara es
un poema de luz y sombra, de ciudad mitológica destino del poeta, en la que,
como cisne baudeleriano, emite un canto trágico de la existencia. El poema
parte de un sentimiento diferente al de Ciudad
del Paraíso. El poema de Aleixandre es punto de partida en la trayectoria
vital del poeta: imágenes de la ciudad de su niñez, llenas de imaginación y
fantasía infantiles. Málaga Clara es
final de trayecto, de destino definitivo, de dicotomía entre una realidad
interior —oscura y confusa— y otra exterior —clara y luminosa—, de difícil
conjunción. Ese es el deseo del poeta: fundirse definitivamente en un sueño de
luz, prohibido en vida por capricho de los dioses.
Manuel Aguilera Serrano