SOBRE UN POEMA DE ÁNGEL GONZÁLEZ

 

ENTONCES

 

Entonces,

en los atardeceres del verano,

el viento

traía desde el campo hasta mi calle

un inestable olor a establo

 

y a hierba susurrante como un río

 

que entraba con su canto y con su aroma

en las riberas pálidas del sueño.

 

Ecos remotos,

sones desprendidos

de aquel rumor,

hilos de una esperanza

poco a poco deshecha,

se apagan dulcemente en la distancia:

 

ya ayer va susurrante como un río

 

llevando lo soñado aguas abajo,

hacia la blanca orilla del olvido.

 

Ángel González es un poeta relevante de la generación del 50. El poema «Entonces» está incluido en su libro Muestra, corregida y aumentada, de algunos procedimientos narrativos y de las actitudes sentimentales que habitualmente comportan (1977).

En su aspecto formal, destaca la utilización del verso endecasílabo. Es el eje fundamental de la expresión. De sus diecisiete versos, diez son endecasílabos; utilizando el tipo denominado común, con acentuación esencial en 6ª y 10ª sílabas, con excepción de algún verso en 4ª, 6ª y 10ª (tipo horaciano). Uno de ellos no bien resuelto (un inestable olor a establo). Los restantes versos, complementarios, fluctúan entre tres, cuatro, cinco, seis y siete sílabas.

Hay una rima dispersa entre algunos versos sin ninguna exigencia formal. No existe ordenación en estrofas; se agrupan los versos, sin embargo, en algunas series, que tienen que ver con su significación. Así, entra el poema dentro de la poesía libre, cercano al esquema tradicional.

El contenido se estructura perfectamente en dos partes, homogéneas en cuanto al número de versos. La primera está señalada morfológicamente por el adverbio de tiempo y por los verbos en pretérito imperfecto (traía, entraba), y corresponde al pasado, aludido desde el primer verso (la primera palabra) con el adverbio entonces. Ya es muy significativo que también se titule así el poema. De esta manera, el sujeto lírico o yo poético subraya emotivamente la época de la niñez, tiempo en que se nace al olor. Ese olor primigenio que, en determinados momentos —por muy lejos que nos encontremos de nuestro origen—, viene a nuestro encuentro: en un parque, en una ciudad visitada o en esas riberas pálidas del sueño (como metafóricamente se expresa en el poema). Una infancia de posesiones muy elementales, pero esenciales y satisfactorias: el campo, el olor a establo, el olor a hierba, susurrante, con canción de cuna, que entra en el albor de la vida no como simple bocanada de fresca realidad, sino con el ímpetu de un río. Estas palabras constituyen el campo semántico referente a un entorno rural, en el que los animales tienen una función primordial. No se alude directamente a ellos, sino a través del recurso de la metonimia (olor a establo).

La segunda parte, el presente del yo poético, señalada morfológicamente con verbos en presente de indicativo (se apagan, va llevando) es ya un lento deterioro de aquella brillantez del entonces. Son ecos, sones, hilos, dulcemente apagándose. Por ello, no hay un sentimiento de tristeza. Es una aceptación, sin más, de lo que es vivir.

Esas sensaciones entran en la vida del yo poético como un río que va ensanchando su cauce vital. Un río entrante en la primera parte, y saliente hacia el olvido en la segunda. Esta comparación, que nos recuerda de alguna manera la metáfora manriqueña (Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / que es el morir…), es fundamental en la estética del poema, ya que es el artificio que lo vertebra, relacionando la primera parte con la segunda. Más aún, aporta un valor gráfico, visual, siendo verso que, en sus dos apariciones, no va agrupado sino solo, como río que ensancha su cauce entre los versos anteriores y posteriores.

Esta comparación aún sigue aportando valor visual en su significación como río saliente. En ese verso, el verbo que expresa la acción es una perífrasis verbal de gerundio que, sin embargo, va separada. El gerundio aparece en el siguiente verso bastante lejano a su auxiliar (ya ayer va susurrante como un río / llevando lo soñado aguas abajo). De esta manera, técnicamente, se produce un encabalgamiento del primer verso con el segundo, subrayando su significado de río precipitado (aguas abajo) hacia su destino, el olvido, metaforizado en blanca orilla. El blanco aquí, más que al color, hace más referencia al tamquam tabula rasa; es decir, el olvido como carencia total de marcas o huellas vitales. Un final con cierto sabor cernudiano (Donde habite el olvido, / En los vastos jardines sin aurora…), pero con más equilibrio emocional. Es un dulce apagarse de las imágenes infantiles en el declinar de la vida.

 

                                             Manuel Aguilera

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

EL POEMA "VELAS", DE CONSTANTINO KAVAFIS

LA MIRADA AL FRENTE

ESQUELA MORTUORIA