Este poemario de Antonio
Romero, ganador del XXII Certamen Literario «Joaquín Lobato» (editado por el
Ayuntamiento de Vélez-Málaga, 2010), se abre con la voz poética angustiada,
aprisionada en la ciudad del tiempo,
imagen de un mundo cruel, carente de calor humano, páramo de soledad sin salidas, sin consuelo, sin alturas…
Voz poética herida, que
inicia un recorrido valorando su existencia; asomándose a su infancia,
pubertad, madurez, desde el último recodo del camino, cercano a un final que ya
presiente. En todo el trayecto, la herida sangrante. ¿Quién
—se pregunta— pudo herirme así? ¿Quién me
arrancó la estrella de la mano?
En la ciudad del tiempo, no hay respuestas, solo destinos que arrastran.
(Viene a la mente la voz poética de Cernuda: Para
unos vivir es pisar cristales con los pies desnudos, para otros vivir es mirar
el sol frente a frente). Y la voz poética se arrastra existencialmente
con el corazón en la mano preguntando acá y allá, buscando algo de sensatez.
¿Pero qué se puede buscar en la ciudad
del tiempo? Todo lo que aliena al ser humano, todo lo carente de sentido. Y
clama contra la maldad humana, contra el poderoso explotador, contra el
adulador…, y con tono profético adelanta un futuro terrible, y pide
responsabilidades a ese supuesto dios tan minúsculo. Todo concluye en el
absurdo en esta ciudad del tiempo.
Sin embargo, se agarra
ciegamente a la esperanza (¿qué otra opción queda para no desaparecer?): Aunque este mundo siga siendo infame / alentará en mi pecho la esperanza / hasta que al fin mi corazón se rompa. O más adelante: De mí nunca se ha ido la esperanza.
Finaliza el poemario con
el poema Despedida, cerrándose así la
reflexión existencial. Una despedida sin rencor, levantando la copa;
simplemente, en su jardín se han secado las rosas.
Denso lirismo en todo el
poemario, abrigado con la versificación regular, principalmente en versos
endecasílabos y alejandrinos, condensados en serventesios. Excelentes imágenes
poéticas resaltan en los poemas: Mastica el plomo
pesado del silencio… Nunca he amado el violín de las sombras… Arder con el
ardor que arden las cañas… Es una yegua loca [la vida] que hay que herir con la
espuela…
Manuel Aguilera