EL SUR
Desde uno de tus patios
haber mirado
las antiguas estrellas,
desde el banco de
la sombra haber mirado
esas luces dispersas
que mi ignorancia no ha
aprendido a nombrar
ni a ordenar en
constelaciones,
haber sentido el círculo
del agua
en el secreto aljibe,
el olor del jazmín y la
madreselva,
el silencio del pájaro
dormido,
el arco del zaguán, la
humedad
—esas cosas, acaso, son el
poema.
En
la memoria el recuerdo nostálgico. Aquellas casas del Sur de Buenos Aires,
decimonónicas, con su patio y aljibe. Como la suya, la de la infancia, que aún
conservaba en la retina. Y aflora una enumeración de motivos que configuran el
campo semántico de esas casas: patio, estrellas, banco, aljibe, jazmín,
madreselva, pájaro, arco del zaguán, humedad. Campo semántico —primera parte— que
abarca todo el poema, a excepción del último verso —segunda parte— que
sintetiza o concluye.
El
poema pertenece a Fervor de Buenos Aires
(1923), su primer libro de poemas, en el que aparecen ya esos motivos
recurrentes en su trayectoria poética. Este poemario, como afirma Borges en
otra edición del libro (1969), prefigura todo lo que haría después. Se puede
observar esa recurrencia de motivos en poemas del libro (Patio, cielo encauzado. / El patio es el declive / por el
cual se derrama el cielo en la casa [«Un patio»]), como también en otros
poemarios (… Te sentía / en los patios del Sur y en la
creciente / sombra que desdibuja lentamente / su larga recta, al declinar el
día [«Buenos Aires», El otro, el
mismo]).
El
poema se estructura alrededor de dos verbos fundamentales («haber mirado»,
«haber sentido») que centran la significación en las vivencias contemplativas
del sujeto lírico. El verbo mirar adquiere un significado transcendente, el que
conlleva la contemplación. Y el verbo sentir tiene una amplitud que supera la
simple referencia física, se introduce en un conocimiento íntimo, profundo, a
nivel emotivo e intelectual.
Vivencias
de instantes que retornan en el tiempo, que para Borges es cíclico. Y así, en
la noche, «desde el banco de la sombra», el
elegido, el favorito, el que resguarda del sol durante el día, haber
contemplado el cosmos, encendido, misterioso e inabarcable (esas luces dispersas / que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar / ni a ordenar en
constelaciones). Instantes de haberse sentido siendo en plena intimidad
con la naturaleza. Con el olor del jazmín y la madreselva, con el pájaro en su
silencio, con el círculo del agua del secreto aljibe (imagen del tiempo que
retorna)…
En definitiva, el sentir la vida en
profundidad. Para él, como expresa en su poema «La Recoleta» (Fervor de Buenos Aires, en su edición de
las Obras completas, 1974): «… Sólo la vida existe. / El espacio y el tiempo son formas
suyas, / son instrumentos mágicos del alma, / y cuando ésta se apague, /se
apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte…».
El poema concluye en el último verso
(segunda parte), planteando qué es el poema, la poesía. Muchas definiciones se
han dado, y todas dicen algo; pero ninguna la define en su totalidad. La poesía
siempre se escapa utilizando formas distintas. Es inabarcable. El poeta es
consciente de ello y, con cierto reparo, se atreve a sugerir que, tal vez, lo
expresado sea el poema. Es decir, ese hondo sentimiento de sentir la vida, al
mismo tiempo que la propia existencia.