LA VOZ SILENCIADA



Publicado en la revista "El Celemín", nº 33, agosto de 2025.

 

 

San Agustín (Tagaste 354 – Hipona 430) está considerado como uno de los primeros creadores del género autobiográfico con su obra Confesiones, dividida en trece libros con sus correspondientes capítulos[1]. Cuenta su vida desde la infancia hasta que se convierte al cristianismo. Hombre culto, profesor de Retórica, al mismo tiempo que trata temas como la moral, el problema del mal, el neoplatonismo, el maniqueísmo, la memoria, el tiempo, el Génesis, entra introspectivamente en comunicación con Dios arrepentido sinceramente de su vida licenciosa. Refiere muy brevemente la relación que mantuvo con una concubina, de la que tuvo un hijo (fruto del pecado, según él) llamado Adeodato[2]. A pesar de que convivió con ella gran parte de su vida, amándose mucho, solo la menciona muy escuetamente:

En aquellos años tenía yo una mujer unida a mí no por el que llaman matrimonio legítimo, sino hallada por el errante ardor de una mocedad, siempre horro de prudencia; pero una mujer sola, a quien guardaba la fidelidad del lecho[3]

Y más adelante vuelve a mencionarla:

Cuando fue arrancada de mi costado, como óbice de mi matrimonio proyectado, aquella mujer con quien solía compartir el lecho, mi pobre corazón se rasgó por la parte que se le adhería tiernamente, y quedó vulnerado y corriendo sangre. Y ella volviose a África, haciendo a Vos voto que no conocería ya otro varón y dejándome a mí el hijo habido en ella[4].

A su hijo lo nombra repetidas veces a lo largo del libro; sin embargo, no menciona jamás el nombre de ella ni su condición social que, con toda seguridad, pertenecería a la clase humilde. Algunos críticos piensan que no quiso revelar su nombre por respeto a ella[5]. Este silencio de Agustín ha generado siempre mucha curiosidad por parte del lector, no muy conforme que fuera simplemente por respeto. Ambos se amaban, tenían un hijo y eran conocidos en sus relaciones cotidianas. No parece que tenga sentido ocultar su nombre. ¿Se podrá atribuir a la depuración de lo material y pecaminoso en esa búsqueda de lo divino? No solamente ha silenciado su nombre, también ha silenciado su voz. Ella acepta sumisa la separación, pero ¿qué sentimientos alberga en su interior buscando alguna justificación?, ¿cómo puede perder, sin motivo, el amor del compañero y del hijo?

Como se puede observar más arriba en el texto, él se vio obligado a abandonar esa relación. La intervención de su madre, Mónica, fue decisiva. Había planeado casarlo con «una doncellica, cuya edad era menor de dos años para ser casadera», sin duda con la intención de una mejor posición social, y como el matrimonio para él no tenía importancia ⸺ya que lo único que le atraía era saciar su concupiscencia⸺ se buscó otra relación «que durase hasta el advenimiento de la mujer prometida». Y comenta «que no por esto se guarecía aquella íntima herida» que le había ocasionado la separación de la primera mujer[6].

La situación de la mujer en la etapa final del Imperio romano (siglos IV-V) continúa siendo, como en siglos anteriores, de sometimiento al sistema patriarcal, sin decisión para el casamiento o cualquier otro asunto personal. En un apartado titulado “La perfecta casada”, muy significativo para entender el papel de la mujer casada en la sociedad de entonces, Agustín pone como ejemplo la actitud de su madre, santa Mónica, respecto a los maridos:

Llegada a la plenitud de los años de la nubilidad, entregada a su marido, sirviole como a su  señor [...]. Y de tal manera soportó las injurias del tálamo, que nunca tuvo contienda por ello con el marido desleal [...]. Finalmente, como fuese que muchas matronas cuyos maridos eran más mansos mostrasen señalados y aun afeados sus rostros con las huellas de los golpes y en las conversaciones con sus amigas se quejasen de la brutalidad de sus maridos, mi madre, como por donaire, reprendía la licencia de sus lenguas y les amonestaba que se acordasen que desde el momento en que ellas habían oído la lectura de su contrato matrimonial, debían considerarlo como el documento legal que las hacía esclavas, y que por esto mismo, conscientes de su condición, no se debían ensoberbecer ni gallear con sus maridos[7].

Este pensamiento sobre la mujer poco cambió durante siglos. Se puede recordar La perfecta casada, de Fray Luis de León, que ya en pleno siglo XVI traza el modelo de la mujer casada: espiritual, fiel y obediente al marido, dedicada a las labores domésticas...

Se observa en las Confesiones que el proceso de conversión de Agustín al cristianismo fue intelectual y emocionalmente lento y penoso, pedido a Dios por su madre con copiosas lágrimas, como él afirma. El tema de la castidad era algo obsesivo, y una gran dificultad en el camino que emprende en busca de la verdad: «Reteníanme las bagatelas de las bagatelas y las vanidades de las vanidades, antiguas amigas mías, y me tiraban de mi vestido de carne y me decían a sovoz. “¿Es, pues, cierto que nos dejas?” [...]. Y me decía la costumbre tirana: “¿Piensas que podrás vivir sin ellas?”»[8]. Definitivamente, llegó al término del proceso reprimiendo no solo el placer carnal, sino cualquier atisbo de placer percibido por los sentidos y que excediera la mesura, y aceptó el celibato en una entrega  total al amor divino. Este marca el punto álgido de la perfección cristiana, muy por encima del amor humano, y así refiere la anécdota de dos funcionarios agentes del emperador que se sienten atraídos por la vida monacal y dejan a sus esposas, que se consagran a su vez a Dios[9].

El silencio que deja San Agustín en sus Confesiones, respecto a la mujer que amaba, es aprovechado por el escritor noruego Jostein Gaarder (Oslo, 1952) para darle no solo voz, también nombre, en su novela Vita brevis (1996), subtitulada La carta de Floria Emilia a Aurelio Agustín[10]. La estructura en diez capítulos y, al frente de ellos, una introducción del autor informando que en 1995, durante una visita a la Feria del Libro de Buenos Aires, encontró en una librería de viejo una caja roja y sobre una etiqueta se leía la inscripción Codex Floriae. Dentro, un conjunto de hojas manuscritas en latín y, en una línea aparte, un saludo en mayúsculas: “Floria Aemilia Aurelio Augustino Episcopo Hipponen-si salutem”. Después de un estudio, se fecharon estas hojas hacia finales del XVI y se procedió a la traducción en noruego, tarea muy difícil por carecer el manuscrito de paginación.

Después de esto, el sorprendido lector continúa la lectura no sabiendo que se trata de un artificio literario ⸺difícil salir de él⸺ para conseguir que algo ficticio sea creíble, que se tome como algo real. De esta manera, el novelista finge que no es en realidad el autor, sino un traductor de un relato verdadero. Ya Cervantes lo utilizó en el Quijote cuando finge también que encontró un manuscrito de un historiador árabe, Cide Hamete Benengeli, que narra la «verdadera historia» de don Quijote. Con este artificio, Cervantes aparece como traductor de la obra.

Jostein Gaarder utiliza el género epistolar para darle voz y nombre ⸺como se afirma más arriba⸺ a la concubina de Agustín que, habiendo leído sus Confesiones, se siente obligada a escribirle. Tras el saludo inicial de “Floria Emilia saluda a Aurelio, obispo de Hipona”, una intensa voz, unas veces con tono dolorido, otras irónico o amoroso, se propaga por el texto refutando minuciosamente sus pensamientos. Lógicamente, para poder refutar los argumentos de San Agustín, esta voz femenina es firme, bien asentada en la cultura de la época. Sus argumentos van respaldados con frecuentes alusiones a la cultura clásica. Y así le responde a una cita de las Confesiones en la que afirma que él busca esencialmente la sabiduría:

Esa sabiduría, Aurelio, es la que me ha impulsado a leer a los filósofos y a los grandes  poetas. He leído también los cuatro evangelios [...]. Ahora soy considerada una mujer erudita y se me permite instruir a otros aquí en Cartago [...]. ¿No te resulta curioso que sea ahora yo quien enseñe Retórica?[11].

La crítica de Floria Emilia se centra principalmente en la obsesión de Agustín por lo pecaminoso, subestimando el amor humano, incluso el placer sensorial, no gozando así de todos los estimables valores que nos ofrece esta vida tan breve, que por ello hay que vivirla con intensidad. Hermoso texto el siguiente expresando un profundo deseo de cambio:

¡Sal afuera, Aurelio; sal afuera y túmbate bajo una higuera. Abre tus sentidos, aunque solo sea por una última vez! Hazlo por mí y por todo lo que nos dimos el uno al otro. Respira hondo, escucha el canto de los pájaros, mira el firmamento e inhala todos los olores. Todo eso es el mundo, Aurelio, está aquí y ahora. Aquí, ahora. Has estado en el laberinto de los teólogos y los platónicos. Pero ya no, has vuelto a casa, al mundo, al hogar de los seres humanos[12].                 

Vita brevis ofrece distintas perspectivas de análisis, pero pienso que su autor ha pretendido transmitir fundamentalmente el sentido simbólico de la obra. Floria Emilia simboliza la evolución de la mujer a lo largo del tiempo en su lucha por la igualdad de derechos, adquiriendo nombre ⸺es decir, dignidad⸺ y voz a través de la cultura. Y todo ello con su esfuerzo, a pesar de los obstáculos en el trayecto. Una voz liberada que se atreve a señalar que considera su carta  

algo más que un saludo personal: es también una carta dirigida al obispo de Hipona Regia [...], a toda la Iglesia cristiana por ser tú hoy hombre con influencia[13].  

Es decir, una crítica que no se detenga en el ámbito particular, sino que alcance difusión en la comunidad. Aduce más adelante: «Tengo miedo, Aurelio. Tengo miedo de qué puedan llegar a hacer algún día los hombres de la Iglesia a mujeres como yo [...]. Si  Dios existe, que Él os perdone. Tal vez un día seréis juzgados por todos esos placeres a los que habéis dado la espalda»[14].

 



[1] Aquí no se entienden libros como volúmenes. En la antigüedad se referían a secciones dentro de una obra.

[2] La forma más correcta es Adeodatus (dado por Dios), que aparece en textos más bien eclesiásticos.

[3] Libro IV, cap. II, p. 122. Sigo traducción del original Sancti Aurelii Augustini Confessionum libri XIII por Lorenzo Riber, Círculo de Lectores.

[4] Libro VI, cap. XV, p. 188.

[5] Prólogo, p. 33.

[6] Libro VI, cap. XII, p.186; cap. XIII, pp.187- 89

[7] Libro IX, cap. IX, pp. 261-62. Este texto recuerda la famosa frase de la Carta a los Efesios: «Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor», que tanta polémica ha suscitado y que habría que estudiarla en su contexto.

[8] Libro VIII, cap. XI, p.240.

[9] Libro VIII, cap. VI, pp. 232-33.

[10] Sigo la versión de Ediciones Siruela (1997).

[11] Cap. I, pp. 27-8.

[12] Cap. X, p.124.

[13] Cap. II, p. 31.

[14] Cap. X, pp. 125-7.

 

                

EL VUELO SUICIDA

 

 

¡Aquellas golondrinas del balcón del Adarve!

Las que estamparon por primera vez

el vuelo suicida en mis ojos.

Raudas, hendiendo el aire con sus fintas,

enfilaban pronto el abismo,

y ascendían de nuevo con vigor

hacia el espacio siempre en vilo.

            Congelaban mi tiempo

los escasos centímetros

para el irremediable choque

que, perplejo, lo estaba imaginando.

 

En un enigmático instante,

quizá una señal invisible

paralizó su movimiento,

también su recurrente canto,

mientras un sólido silencio

se me acercaba muy despacio.

(Flujos de voz que no cesan, Manuel Aguilera)


EL VIOLINISTA CALLEJERO

 


No desdeña ningún espacio

el violinista callejero.

Hoy, sentado en su taburete,

realza una modesta esquina,

como también en otras ocasiones

alguna silenciosa plaza

o calle concurrida.

            Apoya firmemente

el violín sobre el hombro

y con dulzura inclina su cabeza:

fusión del violinista y su instrumento

en compacta emoción,

ninguno existe por sí mismo.

Frote frenético del arco

sobre las cuerdas, cálidos sonidos

de imperceptibles alas en la noche.

Un sinuoso vuelo de notas

que alcanza a mis fibras más íntimas,

que deja un poso de quietud

y mudas sensaciones que no sé descifrar.

Notas que en su largo trayecto

se van debilitando

y exploran su lugar

en la rugosa y amplia partitura del campo.

No vibrarán al efusivo aplauso

de un repleto auditorio,

sí a las joviales gotas de rocío

que se ofrecen a la mañana.


(Flujos de voz que no cesan)


                                                                          Manuel Aguilera Serrano

CONSIDERACIONES SOBRE EL NACIMIENTO, ASCENDENCIA Y LIMPIEZA DE SANGRE DE CERVANTES

 

Publicado en "El Celemín" (Revista de vida y cultura de Torrecampo [Córdoba]), nº 32, agosto de 2024.



 

El asomarse a la bibliografía de Cervantes es algo que causa asombro. Parecido a cuando se contempla la inmensidad del mar. De hecho, es normal, ya que se trata de nuestro escritor más importante. Concretamente, sobre acontecimientos de su biografía, se han defendido hipótesis muy distintas que, a falta de documentos que las aprueben, solo aportan un razonamiento más o menos cercano a la realidad. Así ocurre en los aspectos biográficos comentados en este trabajo. A esto hay que añadir cómo ha dificultado bastante a sus biógrafos la cantidad de Cervantes, de más o menos parentesco con el escritor. Hasta seis Rodrigo de Cervantes y ⸺para algunos⸺ tres Miguel de Cervantes aparecen en distintos documentos. Esto ha ocasionado alguna que otra confusión.

Como bien se sabe, Cervantes dejó en sus obras diversos rasgos de su vida. No tuvo la suerte de otros escritores, como es el caso de Lope de Vega y Quevedo, cuyos biógrafos comenzaron a redactar sus vidas al poco tiempo del fallecimiento. Las investigaciones sobre la vida del autor del Quijote se pusieron en marcha bien entrado el siglo XVIII y fue la Real Academia Española la impulsora principal. Las generaciones anteriores, cercanas a la vida del autor, quedaron extasiadas con tan extraordinaria obra literaria, disfrutando con las aventuras de sus dos personajes principales, pero olvidando a su autor[1].

El lugar de nacimiento se lo han disputado numerosas localidades, además de Alcalá de Henares que es la que se mantiene hoy día como oficial. Unos, como Tomás Tamayo de Vargas, lo sitúan en Esquivias; otros, como Nicolás Antonio, en Sevilla; Mayans, en Madrid, e incluso en Lucena algún otro. También Alcázar de San Juan y Consuegra. Lope de Vega, que tenía trato con él, afirmaba que su lugar de nacimiento es Madrid[2]. De todas estas candidaturas, solamente han presentado partidas de bautismo Alcázar de San Juan (Ciudad Real), Consuegra (Toledo) y Alcalá de Henares a nombre de un tal Miguel de Cervantes. Por lógica, las tres partidas no pueden pertenecer a una misma persona, en este caso al autor del Quijote.

La partida de bautismo de Alcázar de San Juan fue encontrada en 1748 en la parroquia de Santa María, a nombre de un tal Miguel, hijo de Blas de Cervantes Saavedra y de Catalina López. Está fechada el 9 de noviembre de 1558. También en esa parroquia aparecen inscritos los hermanos de este Miguel: Tomás, Leonor y Francisco. En el margen izquierdo, con distinta grafía, consta la nota «este fue el Autor de la Histoa de D.n Quixote», atribuida a D. Blas Antonio Nasarre, Bibliotecario Mayor del Rey[3].

José de Contreras y Saro, en conferencia ofrecida en el Ateneo de Sevilla (08-05-24), presentó su trabajo «Don Miguel de Cervantes y sus homónimos; nuevas aportaciones a su biografía», en el que defiende el nacimiento de Cervantes en Córdoba (teoría que se analizará más tarde). En este trabajo afirma que Miguel de Cervantes, de Alcázar de San Juan, era sobrino del autor del Quijote, hijo de su hermano mayor[4]. Esto no coincide con la opinión de cervantistas cordobeses según sus documentos aportados. El padre del autor del Quijote, Rodrigo de Cervantes, tuvo siete hijos con doña Leonor Cortinas: Andrés, Andrea, Luisa, Miguel y Rodrigo (bautizados en la parroquia de Santa María la Mayor de Alcalá de Henares), Magdalena nacida en Valladolid, y Juan que quizás naciera en Córdoba[5]. Por ninguna parte aparece Blas como hermano del autor del Quijote, y como consecuencia este Miguel no puede ser su sobrino. Por lo tanto, esta candidatura presenta serias dudas: ¿Quién era Blas de Cervantes?, ¿quién su hijo Miguel de Cervantes?

La partida de bautismo de Consuegra acredita que el 1 de septiembre de 1556 fue bautizado Miguel, hijo de Miguel López de Cervantes y de María de Figueroa. Al margen se halla la anotación «el autor de los Quijotes». Esta candidatura tiene poco peso, ya que el apellido López nunca fue utilizado por el autor del Quijote. Tampoco aporta valor la anotación al margen, de letra menos antigua. Vicente de los Ríos, con sus juicios críticos, acabó por arrinconar las pretensiones de Consuegra, lo mismo que las de Alcázar de San Juan, ganando importancia la candidatura de Alcalá de Henares[6].

En el libro de bautismos de Santa María la Mayor (Alcalá de Henares), aparece anotado que el 9 de octubre de 1547 fue bautizado Miguel de Cervantes, como también las partidas bautismales de la mayoría de sus hermanos. Cada 9 de octubre se expone el libro de bautismos en la Capilla del Oidor, único momento para poder ver el original[7]. El texto dice que el «domingo nueve días del mes de octubre Año del señor de mil e quinientos e quarenta e siete años fué baptizado miguel hijo de Rodrigo de cervantes a su muger doñar leonor, fueron sus conpadres Juan pardo baptizole el revedendo señor bachiller serrano cura de ntra señora, taso baltasar vazquez sacristan e yo que le baptize e firme de mi nombre. El bachiller serrano»[8].

Esta candidatura recibió un gran apoyo en el siglo XVIII debido a las investigaciones del cervantista Vicente Gutiérrez de los Ríos, lo mismo que el beneplácito en la primera mitad del XX de otro gran cervantista como fue Francisco Rodríguez Marín. Sin embargo, algunos investigadores no están de acuerdo en aceptar Alcalá de Henares como la cuna del autor del Quijote; entre ellos César Brandariz[9], afirmando que documentos tomados por básicos presentan algunas irregularidades, como el expediente de rescate que presenta raspaduras superpuestas. También la partida de bautismo, en la que el nombre del bautizado, que está en apócope, «no era ni es Miguel, pues se trata de un añadido con caligrafía diferente, al margen». La fecha de nacimiento asignada (1547) la considera no compatible con los testimonios del autor del Quijote que conducen al 1549[10]. Hay autores, entre ellos José de Contreras, que defienden que este Miguel es un primo segundo del autor del Quijote[11].

No se sospechaba entonces que Córdoba entrase de forma tan importante en la biografía de Cervantes. El primero en dar pistas fue Rodríguez Marín investigando en el Archivo Universitario de Osuna. A su labor investigadora se le unió José de la Torre, que inspeccionó en Córdoba el Archivo Municipal, el de Protocolos notariales y el de diversas parroquias. El trabajo iba dando su fruto con el descubrimiento de documentos, hasta que Adolfo Rodríguez Jurado dio a conocer (11 de febrero de 1914) el documento esencial: «Proceso seguido a instancias de Tomás Gutiérrez contra la Cofradía y Hermandad del Santísimo Sacramento del Sagrario de la ciudad de Sevilla». En este pleito, Cervantes actuó como testigo expresando en sus dos declaraciones (junio de 1593) «ser vesino de la villa de Madrid y natural de la ciudad de Córdova». La declaración de Cervantes se interpretó, por los cervantistas y entre ellos Rodríguez Marín, no como que nació en Córdoba, sino que era oriundo de allí, que procedía de familia cordobesa. El documento que aporta José de Contreras es el ya conocido de 1914, interpretándolo como que nació en Córdoba y no como que era oriundo de allí. Poco aporta este investigador. Para afirmar con certeza que Cervantes nació en Córdoba, hay que aportar la partida de nacimiento, y hasta ahora ⸺a pesar de la cantidad de documentos sobre la familia que han visto la luz⸺ no ha aparecido el más importante.

A partir de este esencial documento de 1914, creció la labor investigadora en busca de la ascendencia, y Rodríguez Marín dejó asentado que el licenciado Juan de Cervantes (abuelo de Miguel) era natural de Córdoba, que doña Leonor de Torreblanca, su esposa, también lo era; y que los padres de Juan de Cervantes eran el bachiller Rodrigo de Cervantes y doña Catalina de Cabrera (bisabuelos de Miguel), igualmente cordobeses[12]. Y en años sucesivos siguieron apareciendo abundantes documentos sobre la ascendencia, aumentándose el árbol genealógico.

El abuelo de Cervantes, Juan de Cervantes, estuvo itinerante por diversos pueblos y ciudades desempeñando cargos y comisiones: Toledo, Cuenca, Guadalajara, Alcalá de Henares, Ocaña, Plasencia, Cabra, Osuna, y finalmente Córdoba[13]. Tuvo cinco hijos: Rodrigo (el mayor y padre de Miguel), Juan, Andrés, María y Catalina, todos nacidos en Córdoba y bautizados en la parroquia de San Pedro. Lógicamente, estos hijos terminaron residiendo en los distintos pueblos en que trabajó su padre[14]. Rodrigo (padre de Cervantes) permaneció en Alcalá de Henares, y allí contrajo matrimonio con doña Leonor Cortinas, natural de Barajas. Tuvieron siete hijos, ya anteriormente  mencionados, Andrés, Andrea, Luisa, Miguel, Rodrigo, Magdalena y Juan. El padre de Cervantes también tuvo traslados de residencia: Alcalá de Henares, Valladolid, Córdoba, Cabra, Sevilla y Madrid (donde falleció)[15]. Según la documentación, Miguel iniciaría sus primeros estudios en Córdoba, y quizás se matriculase (a los ocho o nueve años) en el colegio de Santa Catalina de la Compañía de Jesús. Estos estudios se interrumpirían al trasladarse a Cabra (entre 1558 y 1562), donde residía su tío Andrés. A partir de 1562 hasta 1566, se continuaron en Sevilla[16].

La tesis mantenida por César Brandariz respecto al nacimiento de Cervantes se distancia de lo comentado anteriormente. Se queda en simple hipótesis, a falta de documentos fehacientes. Este autor se basa en un análisis de la obra literaria de Cervantes para dilucidar aspectos biográficos, como concretamente el lugar de nacimiento. Explica que existe en la zona galaico-sanabresa de las montañas de León  una aldea llamada Cervantes, refugio de judíos, con una tradición oral de haber sido la cuna del escritor, muy cercana a otra en la que abunda el apellido Saavedra. Ocurre que nunca pudo descubrirse su partida de bautismo porque solo a partir de 1588, aproximadamente, empezaron las inscripciones en la aldea Cervantes. Su nacimiento allí lo corrobora el paisaje reflejado en el Quijote, que no corresponde geográficamente a la Mancha, como se puede observar en los diversos tipos de flora que resultan insólitos allí (hayas, acebos, tejos, castaños…) y no en Sanabria, que son abundantes. Lo mismo ocurre con los espacios físicos. Incluso los rasgos gramaticales y sintácticos, usados por Cervantes, corresponden al castellano que aún hoy en día pervive en zonas de Sanabria[17].

La limpieza de sangre durante los siglos XVI y XVII, y siglos anteriores, fue una obsesión nacional[18]. Y, lógicamente, este tema también le afectó a la familia Cervantes. ¿Se puede afirmar el origen judeo-converso de Miguel de Cervantes? Hay bastantes indicios que apuntan a ese origen si se efectúa un estudio pormenorizado de su obra, observándose una actitud del escritor bastante próxima a los judeo-conversos. En esos siglos se vivió con gran angustia el problema de la limpieza de sangre, marginándose hasta grado extremo a los cristianos nuevos. Estos lucharon contra la discriminación no físicamente, sino por medio de la pluma. De ahí surge un género picaresco en que el nacimiento del personaje, el pícaro, está marcado por la ignominia, oponiendo esta a la supuesta honra de los cristianos viejos.

La mayoría de los investigadores cervantinos admite el origen judío converso de Cervantes. La lista es muy amplia, desde los estudios de Américo Castro, siguiendo la línea de lo ya intuido por Salvador de Madariaga, hasta estudios más recientes (Francisco Márquez Villanueva, Daniel Eisenber, Michael McGaha, krzysztof Sliwa…).

Es lógico que Cervantes se expresara ante tanto sufrimiento ocasionado por los estatutos de limpieza de sangre. Así, aparecen en sus obras indicios de cristiano nuevo. Casi todos los críticos exponen cantidad de ejemplos, valga como principal la burla que hace a los cristianos viejos en El retablo de las maravillas. Como también es importante observar cómo están definidos los dos personajes de su obra principal. Sancho declara tres veces «cristiano viejo soy», y que tiene «cuatro dedos de enjundia» de cristiano viejo. Sin embargo, Don Quijote mantiene sobre este tema un silencio sepulcral, del cual lógicamente se saca una conclusión: si fuera cristiano viejo, también lo hubiera dicho; al callarse, está manifestando su condición de cristiano nuevo. El comienzo mismo del Quijote es muy significativo para algunos autores, ya que juega con el vocablo ‘Mancha’ tomando una transcendencia simbólica, como país de los manchados, de los discriminados por la limpieza de sangre, además de su acepción geográfica[19]. La verdad es que nadie puede negar que por su prodigiosa mente no pasara esta idea, con las ya numerosas pistas que presenta su obra. A ellas se les suman los rasgos de cristiano nuevo en sus ascendientes: la profesión de su padre (cirujano), la del abuelo (licenciado), la del bisabuelo (trapero). También era indicio la sospechosa falta de documentación. La misma profesión de Miguel, recaudador de impuestos, era más bien de cristianos nuevos[20]. Américo Castro añade el traslado continuo de lugar, el casi nulo favor oficial y las numerosas burlas a los cristianos viejos.

El padre del autor del quijote, Rodrigo, condenado en un juicio, fue encarcelado en Valladolid. Él, para conseguir la excarcelación, notificó su condición de hijodalgo «de padre y abuelo de solar conocido», y a tal fin presentó el testimonio de algunos testigos que lo ratifican. Como se puede entender, esto no era muy fiable, ya que se buscaban amigos o personas con las que se tenía buena relación.  El mismo Rodrigo, en una información de limpieza de sangre, sostiene que Miguel es hijo suyo y de su mujer, Leonor de Cortinas, con la aseveración de los testigos, que confirman su condición de cristianos viejos.

Ante estos hechos, surgen interrogantes. Si el licenciado Juan de Cervantes y su hijo Andrés, alcalde mayor de Cabra (es decir, padre y hermano de Rodrigo), fueron hidalgos de hecho, ¿por qué no intervinieron para sacar a Rodrigo de la cárcel en Valladolid? Según la ley, el cargo de Andrés exigía estar en posesión de la ejecutoria de nobleza. Sin embargo, no se conoce de modo irrefutable el lugar en que radicara su casa solariega, ni se tienen noticias de su ejecutoria en pergamino y sellada, ni tampoco de su escudo de arma[21].

En conclusión, no hay duda de la ascendencia cordobesa de Miguel de Cervantes. Después de centenares de documentos ⸺según el mencionado José Rafael de la Torre⸺ que lo atestiguan, y que no aparezca el más importante sobre su nacimiento, es muy probable, a mi parecer, que no exista tal documento y que, por lo tanto, su lugar de nacimiento no sea Córdoba. Se sigue hasta el momento el criterio oficial de su nacimiento en Alcalá de Henares, con ciertas anomalías en la partida de bautismo (según manifiestan algunos autores), que deberían ser explicadas.

La pertenencia al colectivo de cristianos nuevos es algo que hoy en día no significa nada. En su tiempo, fue una ignominia que soportaron personas pertenecientes al ámbito religioso y a profesiones liberales dentro de los judeo-conversos, como también los moriscos entregados a sus actividades agrícolas. Que Cervantes pertenezca, con toda probabilidad, a este colectivo no mengua ni un ápice que esté considerado como uno de los mejores escritores a nivel mundial, si no el mejor.

 

Manuel Aguilera Serrano

 

 



[1] Santiago Muñoz Machado, Cervantes, ed. Crítica, p.15.

[2] Ibíd., pp. 40-41, 45; Astrana Marín, «Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes» I, pp. 149-50, en   Biblioteca Virtual Universal.

[3] Web Alcázar Cervantino.

[4] Periódico el Día de Córdoba (09-05-2024).

[5] José Rafael de la Torre y Vasconi, «La ascendencia de Miguel de Cervantes Saavedra», en Boletín de la Real Academia de Córdoba, nº 60, p. 44. 1948.

[6] «Vida de Miguel de Cervantes», apartado «Advertencias», Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, p.212.

[7] Excmo. Ayuntamiento de Alcalá de Henares, Archivo municipal.

[8] Archivo de Alcalá de Henares.

[9] Cervantes decodificado, con subtítulo Las raíces verdaderas de Cervantes y de Don Quijote y los tópicos que las ocultan, mr. ediciones, 2005.

[10] Ibíd., p. 18.

[11] Periódico el Día de Córdoba (09-05-2024).

 [12] José Rafael de la Torre y Vasconi, op. cit., pp. 37-8; Rodríguez Marín, «Cervantes y la ciudad de Córdoba», en Estudios cervantinos, Madrid, 1947, pp. 166-7; Astrana Marín, op. cit., p. 72.

[13] José Rafael de la Torre y Vasconi, op. cit, pp. 42-3.

[14] Ibíd., p. 43.

[15] Ibíd., p. 44; Rodríguez Marín, op. cit., pp.167-72.

[16] Rodríguez Marín, op. cit., pp. 61-3.

[17]Op. cit., pp. 19-20, 61-5, 91-4, 139-152, 293-4. De esta opinión es también Leandro Rodríguez, catedrático de la universidad de Lausana, manteniendo no solo el año 1549 como fecha de nacimiento de Cervantes en tierras sanabresas, sino también todo lo manifestado anteriormente sobre el paisaje que refleja el Quijote (Don Miguel, judío de Cervantes).

[18] Véanse los estudios de Antonio Domínguez Ortiz y Márquez Villanueva entre otros. También, como libro fundamental, Los estatutos de limpieza de sangre, con el subtítulo Controversias entre los siglos XV y XVII, Albert A. Sicroff, ed. Taurus, 1985.

[19] César Brandariz, op. cit., pp. 26-37.

[20] Vid. Daniel Eisenberg, La actitud de Cervantes ante sus antepasados judaicos, en Centro Virtual Cervantes, pp. 13, 18.

 [21] Krzystof Sliwa, La supuesta hidalguía de Rodrigo de Cervantes, padre del autor del Quijote, pp. 1-6, en las actas del IV Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas (octubre del 2000).

EL POEMA "VELAS", DE CONSTANTINO KAVAFIS

 

Artículo publicado en El Celemín (revista de vida y cultura de Torrecampo [Córdoba] ), nº 31, agosto 2023.


Los días del futuro están delante de nosotros
como una hilera de velas encendidas
velas doradas, cálidas, y vivas.

Quedan atrás los días ya pasados,
una triste línea de velas apagadas;
las más cercanas aún despiden humo,
velas frías, derretidas, y dobladas.

No quiero verlas; sus formas me apenan,
y me apena recordar su luz primera.
Miro adelante mis velas encendidas.

No quiero volverme, para no verlas y temblar,
cuán rápido la línea oscura crece,
cuán rápido aumentan las velas apagadas.

(Versión de Miguel Castillo Didier) 

 

 

Constantino Kavafis (Alejandría, 1863-1933) murió el 29 de abril, el día de su cumpleaños. A excepción de unas cuantas salidas, residió siempre en Alejandría, donde trabajó como empleado en el Ministerio de Riegos, oficio que poco le atraía; sin embargo, estaba considerado como un trabajador eficiente y responsable. Llevó una vida sencilla sin acontecimientos relevantes, entregado a la poesía con entusiasmo, y siendo considerado como uno de los grandes poetas contemporáneos.

Estimaba Alejandría, lugar por donde se expandió la cultura griega fundiéndose con otras. Así, se consideraba griego, amante de esa cultura. Para él, Grecia era más bien una idealización de la belleza, del equilibrio, de la armonía, que respondía a una cultura más que a unos límites geográficos. Estudió escrupulosamente el griego y lo eligió como vehículo de su expresión poética. No se entendería su poesía sin esa raíz clásica. Lo mismo que tampoco sin los poemas de temática homosexual.

El poema “Velas” fue uno de los primeros que escribió. Circuló en hojas sueltas entre su círculo de amigos. Impactó en sus lectores, de manera que se le conoció como el poeta de las velas. Llama la atención su grandiosa sencillez, al mismo tiempo que esa intensidad de lo visual: la fila de velas apagadas significando el paso del tiempo, su veloz galope siempre ganando terreno a las velas encendidas (el futuro). Impresiona visualizar los instantes del presente más cercano en un continuo consumirse (las velas humeantes).

Utiliza el motivo poético de las velas que tanta tradición tiene  en el plano religioso o artístico (especialmente en la pintura). Imagen que todos conservamos de las iglesias. En Alejandría era corriente observar, en las iglesias ortodoxas, filas de velas encendidas, apagadas, dobladas, humeantes… El poeta emplea este símbolo cultural para desarrollar de esa manera tan visual el poema, que está estructurado en dos partes.

La primera parte está formada por dos estrofas, la primera de ellas delimitada por el pronombre personal 'nosotros' (1ª persona del plural), y es, por tanto, una consideración general concerniente a todas las personas. Y, a través del símil o comparación, se centra en los días del futuro, que están ahí delante, contiguos a nosotros «como una hilera de velas encendidas». Velas en su máximo esplendor, utilizándose tres adjetivos (doradas, cálidas, vivas) que, al menos, son sinónimos parciales que intensifican esa idea positiva. En la segunda estrofa, referida a los días del pasado, otros tres adjetivos (frías, derretidas, dobladas) se oponen como antónimos respecto a los de la primera. Se dilata la antonimia con adverbios (atrás / delante), con sustantivos (el pasado / el futuro). Todo esto configura una oposición total entre las dos estrofas, llegándose a la antítesis entre los días del pasado y los del futuro, el recurso literario más importante del poema.

 La segunda parte se inicia con el pronombre personal de primera persona del singular, un yo elíptico («no quiero», «miro»…) que expresa concretamente el sentimiento del yo poético ante esa consideración general. Hay una concienciación de la finitud de la existencia. Todos esos días que fueron velas encendidas finalizan en la triste realidad de las velas apagadas. Ello le ocasiona, como afirma, una profunda tristeza, empleándose el recurso de la repetición para intensificar («sus formas me apenan, / y me apena recordar su luz primera»). Se niega rotundamente a mirar hacia atrás (obsérvese el recurso de la repetición intensificando: «No quiero verlas… / No quiero volverme»). Le produce escalofrío, pánico, el contemplar la rapidez expresada en la anáfora «cuán rápido… / cuán rápido» de los dos últimos versoscon que crece linealmente la oscuridad, lo mismo que las velas apagadas (días consumidos). Los dos versos poseen además la misma estructura sintáctica y casi idéntico significado. Se utiliza, por tanto, la figura literaria del paralelismo para intensificar la idea. Otra vez, como tantas veces en literatura, surge el tópico virgiliano del tempus fugit.

Para nada es negativo el poema. Lo sería si su actitud tan solo consistiese en volver la cabeza hacia atrás, apenado, sobrecogido, contemplando el nefasto espectáculo. Se paralizaría su vida (se viene a la mente la metáfora bíblica: la conversión de la esposa de Lot en estatua de sal). Todo lo contrario, el yo poético adopta una actitud vitalista: mirar adelante sus velas encendidas. No importa el número. El gozar la vida, aunque sea tan breve, lo tiene muy arraigado Constantino Kavafis, como lo expresa en su poema Al atardecer: « Corta fue la hermosa vida. / Pero qué poderosos perfumes, / en qué lechos espléndidos caímos, / a qué placeres dimos nuestros cuerpos…». Es lógico que, tras el fugit tempus, surja también el tópico horaciano del carpe diem, aprovechar el momento de la vela encendida. Para él, la vida es un viaje, un trayecto hacia delante, hacia la luz que nos precede. Y, como se desprende de su poema Ítaca, refiriéndose a Odiseo en su viaje de vuelta a casa, lo importante no es la llegada, la meta, sino la experiencia del trayecto. Ahí se forma la personalidad, se despiertan los sentidos y se aprecia el gozo de los placeres que ofrece la vida. Cuando se llega al término del viaje, a la patria nativa, ya todo está hecho.

 

                                                  Manuel Aguilera Serrano

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                            


 

LA VOZ SILENCIADA

Publicado en la revista "El Celemín", nº 33, agosto de 2025.     San Agustín (Tagaste 354 – Hipona 430) está considerado com...