EL SUR (POEMA DE BORGES)

 

EL SUR

 

Desde uno de tus patios haber mirado

las antiguas estrellas,

desde el banco de

la sombra haber mirado

esas luces dispersas

que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar

ni a ordenar en constelaciones,

haber sentido el círculo del agua

en el secreto aljibe,

el olor del jazmín y la madreselva,

el silencio del pájaro dormido,

el arco del zaguán, la humedad

—esas cosas, acaso, son el poema.

 

En la memoria el recuerdo nostálgico. Aquellas casas del Sur de Buenos Aires, decimonónicas, con su patio y aljibe. Como la suya, la de la infancia, que aún conservaba en la retina. Y aflora una enumeración de motivos que configuran el campo semántico de esas casas: patio, estrellas, banco, aljibe, jazmín, madreselva, pájaro, arco del zaguán, humedad. Campo semántico —primera parte— que abarca todo el poema, a excepción del último verso —segunda parte— que sintetiza o concluye.

El poema pertenece a Fervor de Buenos Aires (1923), su primer libro de poemas, en el que aparecen ya esos motivos recurrentes en su trayectoria poética. Este poemario, como afirma Borges en otra edición del libro (1969), prefigura todo lo que haría después. Se puede observar esa recurrencia de motivos en poemas del libro (Patio, cielo encauzado. / El patio es el declive / por el cual se derrama el cielo en la casa [«Un patio»]), como también en otros poemarios (… Te sentía / en los patios del Sur y en la creciente / sombra que desdibuja lentamente / su larga recta, al declinar el día [«Buenos Aires», El otro, el mismo]).

El poema se estructura alrededor de dos verbos fundamentales («haber mirado», «haber sentido») que centran la significación en las vivencias contemplativas del sujeto lírico. El verbo mirar adquiere un significado transcendente, el que conlleva la contemplación. Y el verbo sentir tiene una amplitud que supera la simple referencia física, se introduce en un conocimiento íntimo, profundo, a nivel emotivo e intelectual.

Vivencias de instantes que retornan en el tiempo, que para Borges es cíclico. Y así, en la noche, «desde el banco de la sombra», el elegido, el favorito, el que resguarda del sol durante el día, haber contemplado el cosmos, encendido, misterioso e inabarcable (esas luces dispersas / que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar / ni a ordenar en constelaciones). Instantes de haberse sentido siendo en plena intimidad con la naturaleza. Con el olor del jazmín y la madreselva, con el pájaro en su silencio, con el círculo del agua del secreto aljibe (imagen del tiempo que retorna)…

        En definitiva, el sentir la vida en profundidad. Para él, como expresa en su poema «La Recoleta» (Fervor de Buenos Aires, en su edición de las Obras completas, 1974): «… Sólo la vida existe. / El espacio y el tiempo son formas suyas, / son instrumentos mágicos del alma, / y cuando ésta se apague, /se apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte…».

        El poema concluye en el último verso (segunda parte), planteando qué es el poema, la poesía. Muchas definiciones se han dado, y todas dicen algo; pero ninguna la define en su totalidad. La poesía siempre se escapa utilizando formas distintas. Es inabarcable. El poeta es consciente de ello y, con cierto reparo, se atreve a sugerir que, tal vez, lo expresado sea el poema. Es decir, ese hondo sentimiento de sentir la vida, al mismo tiempo que la propia existencia.

LA POLÉMICA ENTRE CRISTIANOS VIEJOS Y NUEVOS Y SU INFLUENCIA EN LA LITERATURA DEL SIGLO DE ORO

 

Este artículo, debido a su extensión, no lo he podido incluir en el blog. Sin embargo, acaba de publicármelo ALMIAR (revista online, de consulta gratuita).

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Artículo completo (PDF): https://margencero.es/margencero/wp-content/uploads/2021/04/cristianos-viejos.pdf

 

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SOBRE UN POEMA DE ÁNGEL GONZÁLEZ

 

ENTONCES

 

Entonces,

en los atardeceres del verano,

el viento

traía desde el campo hasta mi calle

un inestable olor a establo

 

y a hierba susurrante como un río

 

que entraba con su canto y con su aroma

en las riberas pálidas del sueño.

 

Ecos remotos,

sones desprendidos

de aquel rumor,

hilos de una esperanza

poco a poco deshecha,

se apagan dulcemente en la distancia:

 

ya ayer va susurrante como un río

 

llevando lo soñado aguas abajo,

hacia la blanca orilla del olvido.

 

Ángel González es un poeta relevante de la generación del 50. El poema «Entonces» está incluido en su libro Muestra, corregida y aumentada, de algunos procedimientos narrativos y de las actitudes sentimentales que habitualmente comportan (1977).

En su aspecto formal, destaca la utilización del verso endecasílabo. Es el eje fundamental de la expresión. De sus diecisiete versos, diez son endecasílabos; utilizando el tipo denominado común, con acentuación esencial en 6ª y 10ª sílabas, con excepción de algún verso en 4ª, 6ª y 10ª (tipo horaciano). Uno de ellos no bien resuelto (un inestable olor a establo). Los restantes versos, complementarios, fluctúan entre tres, cuatro, cinco, seis y siete sílabas.

Hay una rima dispersa entre algunos versos sin ninguna exigencia formal. No existe ordenación en estrofas; se agrupan los versos, sin embargo, en algunas series, que tienen que ver con su significación. Así, entra el poema dentro de la poesía libre, cercano al esquema tradicional.

El contenido se estructura perfectamente en dos partes, homogéneas en cuanto al número de versos. La primera está señalada morfológicamente por el adverbio de tiempo y por los verbos en pretérito imperfecto (traía, entraba), y corresponde al pasado, aludido desde el primer verso (la primera palabra) con el adverbio entonces. Ya es muy significativo que también se titule así el poema. De esta manera, el sujeto lírico o yo poético subraya emotivamente la época de la niñez, tiempo en que se nace al olor. Ese olor primigenio que, en determinados momentos —por muy lejos que nos encontremos de nuestro origen—, viene a nuestro encuentro: en un parque, en una ciudad visitada o en esas riberas pálidas del sueño (como metafóricamente se expresa en el poema). Una infancia de posesiones muy elementales, pero esenciales y satisfactorias: el campo, el olor a establo, el olor a hierba, susurrante, con canción de cuna, que entra en el albor de la vida no como simple bocanada de fresca realidad, sino con el ímpetu de un río. Estas palabras constituyen el campo semántico referente a un entorno rural, en el que los animales tienen una función primordial. No se alude directamente a ellos, sino a través del recurso de la metonimia (olor a establo).

La segunda parte, el presente del yo poético, señalada morfológicamente con verbos en presente de indicativo (se apagan, va llevando) es ya un lento deterioro de aquella brillantez del entonces. Son ecos, sones, hilos, dulcemente apagándose. Por ello, no hay un sentimiento de tristeza. Es una aceptación, sin más, de lo que es vivir.

Esas sensaciones entran en la vida del yo poético como un río que va ensanchando su cauce vital. Un río entrante en la primera parte, y saliente hacia el olvido en la segunda. Esta comparación, que nos recuerda de alguna manera la metáfora manriqueña (Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / que es el morir…), es fundamental en la estética del poema, ya que es el artificio que lo vertebra, relacionando la primera parte con la segunda. Más aún, aporta un valor gráfico, visual, siendo verso que, en sus dos apariciones, no va agrupado sino solo, como río que ensancha su cauce entre los versos anteriores y posteriores.

Esta comparación aún sigue aportando valor visual en su significación como río saliente. En ese verso, el verbo que expresa la acción es una perífrasis verbal de gerundio que, sin embargo, va separada. El gerundio aparece en el siguiente verso bastante lejano a su auxiliar (ya ayer va susurrante como un río / llevando lo soñado aguas abajo). De esta manera, técnicamente, se produce un encabalgamiento del primer verso con el segundo, subrayando su significado de río precipitado (aguas abajo) hacia su destino, el olvido, metaforizado en blanca orilla. El blanco aquí, más que al color, hace más referencia al tamquam tabula rasa; es decir, el olvido como carencia total de marcas o huellas vitales. Un final con cierto sabor cernudiano (Donde habite el olvido, / En los vastos jardines sin aurora…), pero con más equilibrio emocional. Es un dulce apagarse de las imágenes infantiles en el declinar de la vida.

 

                                             Manuel Aguilera

"CON PALABRAS QUE SON DE VUESTRAS BOCAS"

 

Este poemario de Antonio Romero, ganador del XXII Certamen Literario «Joaquín Lobato» (editado por el Ayuntamiento de Vélez-Málaga, 2010), se abre con la voz poética angustiada, aprisionada en la ciudad del tiempo, imagen de un mundo cruel, carente de calor humano, páramo de soledad sin salidas, sin consuelo, sin alturas

Voz poética herida, que inicia un recorrido valorando su existencia; asomándose a su infancia, pubertad, madurez, desde el último recodo del camino, cercano a un final que ya presiente. En todo el trayecto, la herida sangrante. ¿Quién —se pregunta— pudo herirme así? ¿Quién me arrancó la estrella de la mano?

En la ciudad del tiempo, no hay respuestas, solo destinos que arrastran. (Viene a la mente la voz poética de Cernuda: Para unos vivir es pisar cristales con los pies desnudos, para otros vivir es mirar el sol frente a frente). Y la voz poética se arrastra existencialmente con el corazón en la mano preguntando acá y allá, buscando algo de sensatez. ¿Pero qué se puede buscar en la ciudad del tiempo? Todo lo que aliena al ser humano, todo lo carente de sentido. Y clama contra la maldad humana, contra el poderoso explotador, contra el adulador…, y con tono profético adelanta un futuro terrible, y pide responsabilidades a ese supuesto dios tan minúsculo. Todo concluye en el absurdo en esta ciudad del tiempo.

Sin embargo, se agarra ciegamente a la esperanza (¿qué otra opción queda para no desaparecer?): Aunque este mundo siga siendo infame / alentará en mi pecho la esperanza / hasta que al fin mi corazón se rompa. O más adelante: De mí nunca se ha ido la esperanza.

Finaliza el poemario con el poema Despedida, cerrándose así la reflexión existencial. Una despedida sin rencor, levantando la copa; simplemente, en su jardín se han secado las rosas.

Denso lirismo en todo el poemario, abrigado con la versificación regular, principalmente en versos endecasílabos y alejandrinos, condensados en serventesios. Excelentes imágenes poéticas resaltan en los poemas: Mastica el plomo pesado del silencio… Nunca he amado el violín de las sombras… Arder con el ardor que arden las cañas… Es una yegua loca [la vida] que hay que herir con la espuela…

 

Manuel Aguilera

COMENTARIO A “MÁLAGA CLARA”, DE ANTONIO ROMERO


 

Antonio Romero Márquez (Montilla, 1936) es una importante voz poética dentro de los poetas andaluces. Trasladado a Málaga como profesor, se relaciona con el poeta Jorge Guillén (residente entonces en esta ciudad), al que reconoce como único maestro, así como con Bernabé Fernández-Canivell, "amigo y protector de poetas". Con el aliento de Guillén, selecciona y prologa su Antología del mar. Ha escrito artículos en diversas revistas y periódicos de ámbito nacional, y también ha realizado diversas traducciones de obras. En 1993, fundó el suplemento Papel Literario, del Diario Málaga Costa del Sol. Fue el autor de los fascículos que formaron lo que sería el libro Picasso, una mirada.

A él, poeta amigo, con quien he dialogado bastantes veces, invité a unas lecturas poéticas en mi instituto (“Politécnico, Jesús Marín”). Y lo presenté con el siguiente comentario a un poema extenso, “Málaga clara”, que da inicio a su libro Málaga clara y otros poemas.

Someter el poema —como ya advierte Antonio Romero en el prólogo— al rigor de la métrica y de la rima dificulta al máximo el desarrollo del contenido. Supone un virtuoso ejercicio formal donde el autor da sobradas muestras de su maestría versificadora.

Es de admirar la brillantez poética preferentemente en la primera parte del poema, en la que el yo poético elogia a la ciudad, emanando de sus versos una gran sensualidad por su cromatismo y sonoridad (Urna solar en la que el mar fulgura / piedra estelar que en su fulgor se extrema; Cálices de oro en cuyo ardiente polen…). Sin poderlo evitar, me viene a la memoria la poesía de Rubén Darío, y no solo por la expresión poética sino también por el uso de la mitología, concretamente en la referencia a Venus, la diosa del amor y la belleza. Aparece en la poesía del nicaragüense unas veces como expresión suma del amor, otras como ideal a seguir en esa búsqueda constante del poeta por conseguir la perfección poética. En el poema de Antonio Romero, Venus muestra su cara en la belleza de Málaga, renaciendo cada día de la blanca espuma, como en sus orígenes. La diosa de la belleza reside siempre en ella.

Sin embargo, entre tanta belleza, contrasta el dolor, la desolación, la frustración vital del yo poético, que reiterativamente expresa su pena en la segunda parte del poema, concentrándose en ella la carga emotiva. Véanse, como ejemplo, los siguientes versos en los que, además de la belleza, destaca también la intensidad del sentimiento: Mi corazón se desgarró en el viento / Como una nube. Se trata de un yo poético que busca lo consistente, lo eterno, y sólo halla la insatisfacción porque no hay nada que existencialmente le llene. Incluso los momentos que podrían haber sido felices han sido vividos sin brillo (Horas de amor en que aprendí el lamento / Sombras de un gozo que jamás retuve). Su dolor no es reciente, no es fresco. Es un dolor intensamente recordado de un pasado aciago, que ha dejado en su presente la secuela de una tristeza perenne, la cicatriz de una herida (Hoy quien me roce encontrará en mi pecho / Seca la herida; Hoy en tu calma mi inquietud se aquieta).

Desde un presente calmado, sumido en la luz y el mar, como dice el poeta en el prólogo, la tercera parte del poema —tras una alusión a ilustres hijos de Málaga (Picasso, Rueda)— en tono emotivo descendente, pero muy bello, concluye: Sea la tierra que me acoja leve / Como la espuma. Deseo que aparece ya al principio del poema, solicitando ese reposo definitivo (Si alzo en tu luz mi afirmación terrestre, /  Lecho en tu piedra para mí prepara).

En conclusión, Málaga clara es un poema de luz y sombra, de ciudad mitológica destino del poeta, en la que, como cisne baudeleriano, emite un canto trágico de la existencia. El poema parte de un sentimiento diferente al de Ciudad del Paraíso. El poema de Aleixandre es punto de partida en la trayectoria vital del poeta: imágenes de la ciudad de su niñez, llenas de imaginación y fantasía infantiles. Málaga Clara es final de trayecto, de destino definitivo, de dicotomía entre una realidad interior —oscura y confusa— y otra exterior —clara y luminosa—, de difícil conjunción. Ese es el deseo del poeta: fundirse definitivamente en un sueño de luz, prohibido en vida por capricho de los dioses.  

           

            Manuel Aguilera Serrano


RESEÑA DE "CALLE DE LA MAR SIN NÚMERO"

 

Aunque este poemario se puede considerar como poesía libre; sin embargo, formalmente, está cercano a la poesía tradicional sometida a métrica y rima. Su estructura métrica es de versos de 7 y 9 sílabas, utilizándose en una proporción inferior versos de 11, 13, y excepcionalmente dos versos de 3 sílabas.

El sujeto lírico, existencialmente representado como casa, se mueve en un entorno: el mar. Es el espacio existencial, elegido ya desde el principio con el nombre del libro (Calle de la mar sin número). No se trata, por tanto, del mero nombre de una calle. Desde el primer poema (poema situacional), se marcan esos dos términos: la existencia (casa) y el espacio (calle de la mar). Poema [15].

No es un mar cualquiera, abstracto, sino nuestro mar Mediterráneo, mito y vehículo de nuestra cultura. La de pueblos primitivos, como los fenicios, y esencialmente la de los griegos y romanos [18], [19].

Es ese tú, receptor, con el que constantemente está en contacto el sujeto lírico y cuyo corazón se identifica con los campos de posidonias, y que se comunica no con palabras sino por medio de otros signos, en una sinestesia total a través de los sentidos: luz, color, olor, rugido, susurro, caricias… Para captar esa comunicación, el sujeto lírico debe ser contemplativo. Y así lo es, de manera especial en la primera parte, Vivificadora presencia [20], [29], [32].

Otras veces el sujeto no es plenamente feliz por sus frustraciones personales. Siempre hay algo que resta calidad a esa percepción de la vivificadora presencia, ya sea la infancia perdida, sentimientos negativos o esos fantasmas que de vez en cuando se presentan [46], [50].

Las frustraciones provienen también de comportamientos sociales, como la especulación de la costa, contaminación, muerte de emigrantes, el rastreo del fondo del mar…, y entonces el sujeto lírico es denunciante. De ahí que esta segunda parte del libro esté simbolizada con el título Pájaros sin vuelo [37], [40], [42].

En definitiva, un yo diverso y dinámico mentalmente.   

 

Manuel Aguilera

 

 

LA CREACIÓN POÉTICA. ALGUNAS CONSIDERACIONES

 

                                                             Presentación del libro Los rostros de Ítaca.

                                                             Museo Jorge Rando.

                                                             Málaga, 17 de diciembre de 2019

 

Continuando las consideraciones poéticas, la poesía se puede presentar con su vestido tradicional de métrica y rima, elegante, y con sus otros vestidos menos ostentosos pero más ligeros, como los de la poesía libre en todas sus manifestaciones y la prosa poética. Pero todos tienen un mismo cometido: la expresión estética o artística. Sin esta función solo quedaría simplemente el sentimiento, sin más, pero no habría poesía.

La poesía, como tal arte, tiene una relación muy estrecha con la música y la pintura. Ya el gran trovador francés Folquet o Fulco, de Marsella, que vivió entre los siglos XII y XIII, abad cisterciense y después obispo, manifestaba que «un verso sin música es como un molino sin agua». Y realmente es así, en la poesía subyace la música, está en lo más profundo de ella. En un recorrido por la historia de la literatura, concretamente de la poesía, se pueden apreciar períodos (Simbolismo, Romanticismo, Modernismo…) en que la música ha brotado del poema unas veces como un géiser islandés, con ímpetu de surtidor, otras con un tono íntimo y suave. Por ejemplo, la enérgica musicalidad de esta estrofa de Espronceda que se repite a lo largo de su poema El canto del cosaco: «¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! / La Europa os brinda espléndido botín; / Sangrienta charca sus campiñas sean, / De los grajos su ejército festín». O el conocido poema de Rubén Darío, La marcha nupcial, donde llega la musicalidad a su máximo nivel: «Los claros clarines de pronto levantan sus sones, / su canto sonoro, / su cálido coro, / que envuelve en su trueno de oro / la augusta soberbia de los pabellones». O la melancólica musicalidad de Bécquer: «Entre el discorde estruendo de la orgía / acarició mi oído, / como nota de música lejana, / el eco de un suspiro. / El eco de un suspiro que conozco, / formado de un aliento que he bebido, / perfume de una flor que oculta crece / en un claustro sombrío».

 El poema es tierra porosa por donde emergen efluvios musicales; no solo a través de la rima establecida, también por diversos mecanismos como la rima dispersa, rima interna, repeticiones que marcan un carácter fundamental en el poema, el esquema de la acentuación. Una música con un ritmo, que también se puede lograr con el alargamiento o acortamiento de los versos atendiendo a la idea expresada (recurso muy utilizado por los poetas de la generación del 27). Con el alargamiento de los versos, se consigue un ritmo más lento, utilizado cuando el significado es de ‘inmenso’, ‘grande’. Así, el siguiente verso de 14 sílabas, de Manuel Altolaguirre: «Bajo la inmensa llama o en el fondo del frío»; o este de 15 sílabas, de Gerardo Diego: «Qué silbido de conciencia qué flemón de hemisferio». También se utiliza el alargamiento en la reiteración de morfemas y desinencias de plural, como en este verso de 16 sílabas, de García Lorca, haciendo referencia a los insectos: «Crepitantes, mordientes, estremecidos, agrupados». Las palabras que hacen referencia al tiempo, es decir, años, siglos, o que lo sugieren   (memoria, recuerdo, olvido), suelen ir en versos largos; como se observa en estos versos del poema «Se han ido», de Alberti, de su libro surrealista Sermones y moradas: «Son las hojas, / las hojas derrotadas por el abuso de querer ser eternas, / de no querer pensar durante un espacio de seis lunas lo que es un desierto, / de no querer saber lo que es la insistencia de una gota de agua sobre un cráneo desnudo clavado en la intemperie». Aquí las palabras que indican temporalidad, como ‘eternas’, ‘seis lunas’, ‘insistencia’, alargan los versos en los que van incluidas hasta el punto de ser versículos larguísimos.

Otras veces los versos se acortan, creando un ritmo más rápido, porque las palabras expresan carencia o cantidad menor. Para ello, se pueden emplear negaciones y diminutivos: «Era un hombre quizá un hombre / sin cabeza / pero podía hablar» (Gerardo Diego). El verso segundo, «sin cabeza», solo tiene tres sílabas. También existe acortamiento con palabras que indican escasa ocupación espacial (‘delgado’, ‘fino’, ‘pequeño’…); por ejemplo: «Si no es el mar, sí es su voz / delgada, / a través del ancho mundo, / en altura, por los aires» (Pedro Salinas). El verso segundo (delgada), solo tiene tres sílabas. Se pueden poner muchos más ejemplos con otras consideraciones (consúltese Valores gráficos del verso libre en el grupo del 27, María Isabel López Martínez). Sobre este aspecto de alargamientos y acortamientos, sí quiero hacer referencia a un poema de mi libro, titulado El instante placentero, en el que inicio el poema con un verso de tres sílabas: «Fugaz». Es la única excepción en todo el libro, que está en versos de siete y once sílabas. Es decir, sería una especie de silva que la altero mezclando, de vez en cuando, versos alejandrinos (catorce sílabas). Como decía, no pude resistir la tentación de utilizar ese verso tan corto, indicando con ello la brevedad.

Como dije al principio, la poesía tiene relación estrecha también con la pintura. Así lo manifiesta Leonardo da Vinci: «Si la pintura es poesía muda, la poesía es pintura ciega». Los poemas se perciben en color, salpicando todos los versos. También la luz, junto al color, en los cuadros poéticos de Cántico, de Jorge Guillén, rebosantes de claridad: «Queda curvo el firmamento, / Compacto azul, sobre el día. / Es el redondeamiento / Del esplendor: mediodía. / Todo es cúpula. Reposa, / Central sin querer, la rosa, / A un sol en cénit sujeta». El colorido de la poesía de García Lorca es extraordinario, sus poemas  son cuadros que él pinta con imágenes y no con pinceles. Él tiene esa concepción de poema-cuadro. Su técnica de la metáfora y de la sinestesia (percepción por más de un sentido a la vez) está cargada de color. Así lo ve Luis Cernuda en su poema A un poeta muerto: «Por esto te mataron, porque eras / Verdor en nuestra tierra árida / Y azul en nuestro oscuro aire».

El verde y el azul, colores significativos en su poesía, además de otros colores, creando cuadros poéticos polícromos como el siguiente: «El cielo es de ceniza. / Los árboles son blancos, / y son negros carbones / los rastrojos quemados. / Tiene sangre reseca / la herida del Ocaso, y el papel incoloro / del monte está arrugado. / El polvo del camino / se esconde en los barrancos, / están las fuentes turbias / y quietos los remansos. / Suena en un gris rojizo / la esquila del rebaño, / y la noria materna / acabó su rosario. / El cielo es de ceniza, / los árboles son blancos».

Innumerables los ejemplos de la relación de la poesía con la música y la pintura a lo largo de la historia de la literatura. He intentado solo un esbozo, sin querer adentrarme mucho más en el tema. A continuación, intentaré trazar las líneas fundamentales de mi libro Los rostros de Ítaca.

Está fundamentado en el ciclo de Odiseo o Ulises, es decir, la salida obligada de su isla de Ítaca y el feliz retorno a través de un periplo de aventuras. El ser humano, en su trayectoria vital, puede experimentar ese sentimiento de un salir obligado, necesario, por cualquier motivo, de su terruño natal (aplicable también a cualquier otro sentimiento, por ejemplo, el amor, la amistad, en el que se produce una salida, un abandono). Y, después de un largo periplo, puede que se retorne al terruño, al amor, a la amistad… que quedaron atrás. No siempre finaliza el ciclo con el retorno feliz, como en el caso de Odiseo, produciéndose entonces tres situaciones más: no hay deseo de retornar, la vuelta frustrante y el deseo congelado de retorno. A esto responde el título del libro, a los rostros de Ítaca,  a las cuatro situaciones del retorno.

Está estructurado en tres partes: la salida, hacia el retorno y en el deseo del retorno. La salida de Odiseo, en el poema Ítaca, es compartida también por el yo poético con un recorrido de sentimientos hasta llegar a su retorno en el poema titulado Un cansado Odiseo. El libro se abre con el poema introductorio Peregrino, de Luis Cernuda, que encarna la situación o rostro de Ítaca del que no quiere retornar. La parte central es la del yo poético con su frustración de retorno. La última parte, representada por el malagueño Ben Gabirol, es la del retorno deseado, que no llega a realizarse.

Creo oportuno leer algunos poemas que dan  título al libro. Las cuatro posturas ante un retorno.

                                                                                 Manuel Aguilera

EL VIOLINISTA CALLEJERO

  No desdeña ningún espacio el violinista callejero. Hoy, sentado en su taburete, realza una modesta esquina, como también en otra...