LA CREACIÓN POÉTICA. ALGUNAS CONSIDERACIONES

 

                                                             Presentación del libro Los rostros de Ítaca.

                                                             Museo Jorge Rando.

                                                             Málaga, 17 de diciembre de 2019

 

Continuando las consideraciones poéticas, la poesía se puede presentar con su vestido tradicional de métrica y rima, elegante, y con sus otros vestidos menos ostentosos pero más ligeros, como los de la poesía libre en todas sus manifestaciones y la prosa poética. Pero todos tienen un mismo cometido: la expresión estética o artística. Sin esta función solo quedaría simplemente el sentimiento, sin más, pero no habría poesía.

La poesía, como tal arte, tiene una relación muy estrecha con la música y la pintura. Ya el gran trovador francés Folquet o Fulco, de Marsella, que vivió entre los siglos XII y XIII, abad cisterciense y después obispo, manifestaba que «un verso sin música es como un molino sin agua». Y realmente es así, en la poesía subyace la música, está en lo más profundo de ella. En un recorrido por la historia de la literatura, concretamente de la poesía, se pueden apreciar períodos (Simbolismo, Romanticismo, Modernismo…) en que la música ha brotado del poema unas veces como un géiser islandés, con ímpetu de surtidor, otras con un tono íntimo y suave. Por ejemplo, la enérgica musicalidad de esta estrofa de Espronceda que se repite a lo largo de su poema El canto del cosaco: «¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! / La Europa os brinda espléndido botín; / Sangrienta charca sus campiñas sean, / De los grajos su ejército festín». O el conocido poema de Rubén Darío, La marcha nupcial, donde llega la musicalidad a su máximo nivel: «Los claros clarines de pronto levantan sus sones, / su canto sonoro, / su cálido coro, / que envuelve en su trueno de oro / la augusta soberbia de los pabellones». O la melancólica musicalidad de Bécquer: «Entre el discorde estruendo de la orgía / acarició mi oído, / como nota de música lejana, / el eco de un suspiro. / El eco de un suspiro que conozco, / formado de un aliento que he bebido, / perfume de una flor que oculta crece / en un claustro sombrío».

 El poema es tierra porosa por donde emergen efluvios musicales; no solo a través de la rima establecida, también por diversos mecanismos como la rima dispersa, rima interna, repeticiones que marcan un carácter fundamental en el poema, el esquema de la acentuación. Una música con un ritmo, que también se puede lograr con el alargamiento o acortamiento de los versos atendiendo a la idea expresada (recurso muy utilizado por los poetas de la generación del 27). Con el alargamiento de los versos, se consigue un ritmo más lento, utilizado cuando el significado es de ‘inmenso’, ‘grande’. Así, el siguiente verso de 14 sílabas, de Manuel Altolaguirre: «Bajo la inmensa llama o en el fondo del frío»; o este de 15 sílabas, de Gerardo Diego: «Qué silbido de conciencia qué flemón de hemisferio». También se utiliza el alargamiento en la reiteración de morfemas y desinencias de plural, como en este verso de 16 sílabas, de García Lorca, haciendo referencia a los insectos: «Crepitantes, mordientes, estremecidos, agrupados». Las palabras que hacen referencia al tiempo, es decir, años, siglos, o que lo sugieren   (memoria, recuerdo, olvido), suelen ir en versos largos; como se observa en estos versos del poema «Se han ido», de Alberti, de su libro surrealista Sermones y moradas: «Son las hojas, / las hojas derrotadas por el abuso de querer ser eternas, / de no querer pensar durante un espacio de seis lunas lo que es un desierto, / de no querer saber lo que es la insistencia de una gota de agua sobre un cráneo desnudo clavado en la intemperie». Aquí las palabras que indican temporalidad, como ‘eternas’, ‘seis lunas’, ‘insistencia’, alargan los versos en los que van incluidas hasta el punto de ser versículos larguísimos.

Otras veces los versos se acortan, creando un ritmo más rápido, porque las palabras expresan carencia o cantidad menor. Para ello, se pueden emplear negaciones y diminutivos: «Era un hombre quizá un hombre / sin cabeza / pero podía hablar» (Gerardo Diego). El verso segundo, «sin cabeza», solo tiene tres sílabas. También existe acortamiento con palabras que indican escasa ocupación espacial (‘delgado’, ‘fino’, ‘pequeño’…); por ejemplo: «Si no es el mar, sí es su voz / delgada, / a través del ancho mundo, / en altura, por los aires» (Pedro Salinas). El verso segundo (delgada), solo tiene tres sílabas. Se pueden poner muchos más ejemplos con otras consideraciones (consúltese Valores gráficos del verso libre en el grupo del 27, María Isabel López Martínez). Sobre este aspecto de alargamientos y acortamientos, sí quiero hacer referencia a un poema de mi libro, titulado El instante placentero, en el que inicio el poema con un verso de tres sílabas: «Fugaz». Es la única excepción en todo el libro, que está en versos de siete y once sílabas. Es decir, sería una especie de silva que la altero mezclando, de vez en cuando, versos alejandrinos (catorce sílabas). Como decía, no pude resistir la tentación de utilizar ese verso tan corto, indicando con ello la brevedad.

Como dije al principio, la poesía tiene relación estrecha también con la pintura. Así lo manifiesta Leonardo da Vinci: «Si la pintura es poesía muda, la poesía es pintura ciega». Los poemas se perciben en color, salpicando todos los versos. También la luz, junto al color, en los cuadros poéticos de Cántico, de Jorge Guillén, rebosantes de claridad: «Queda curvo el firmamento, / Compacto azul, sobre el día. / Es el redondeamiento / Del esplendor: mediodía. / Todo es cúpula. Reposa, / Central sin querer, la rosa, / A un sol en cénit sujeta». El colorido de la poesía de García Lorca es extraordinario, sus poemas  son cuadros que él pinta con imágenes y no con pinceles. Él tiene esa concepción de poema-cuadro. Su técnica de la metáfora y de la sinestesia (percepción por más de un sentido a la vez) está cargada de color. Así lo ve Luis Cernuda en su poema A un poeta muerto: «Por esto te mataron, porque eras / Verdor en nuestra tierra árida / Y azul en nuestro oscuro aire».

El verde y el azul, colores significativos en su poesía, además de otros colores, creando cuadros poéticos polícromos como el siguiente: «El cielo es de ceniza. / Los árboles son blancos, / y son negros carbones / los rastrojos quemados. / Tiene sangre reseca / la herida del Ocaso, y el papel incoloro / del monte está arrugado. / El polvo del camino / se esconde en los barrancos, / están las fuentes turbias / y quietos los remansos. / Suena en un gris rojizo / la esquila del rebaño, / y la noria materna / acabó su rosario. / El cielo es de ceniza, / los árboles son blancos».

Innumerables los ejemplos de la relación de la poesía con la música y la pintura a lo largo de la historia de la literatura. He intentado solo un esbozo, sin querer adentrarme mucho más en el tema. A continuación, intentaré trazar las líneas fundamentales de mi libro Los rostros de Ítaca.

Está fundamentado en el ciclo de Odiseo o Ulises, es decir, la salida obligada de su isla de Ítaca y el feliz retorno a través de un periplo de aventuras. El ser humano, en su trayectoria vital, puede experimentar ese sentimiento de un salir obligado, necesario, por cualquier motivo, de su terruño natal (aplicable también a cualquier otro sentimiento, por ejemplo, el amor, la amistad, en el que se produce una salida, un abandono). Y, después de un largo periplo, puede que se retorne al terruño, al amor, a la amistad… que quedaron atrás. No siempre finaliza el ciclo con el retorno feliz, como en el caso de Odiseo, produciéndose entonces tres situaciones más: no hay deseo de retornar, la vuelta frustrante y el deseo congelado de retorno. A esto responde el título del libro, a los rostros de Ítaca,  a las cuatro situaciones del retorno.

Está estructurado en tres partes: la salida, hacia el retorno y en el deseo del retorno. La salida de Odiseo, en el poema Ítaca, es compartida también por el yo poético con un recorrido de sentimientos hasta llegar a su retorno en el poema titulado Un cansado Odiseo. El libro se abre con el poema introductorio Peregrino, de Luis Cernuda, que encarna la situación o rostro de Ítaca del que no quiere retornar. La parte central es la del yo poético con su frustración de retorno. La última parte, representada por el malagueño Ben Gabirol, es la del retorno deseado, que no llega a realizarse.

Creo oportuno leer algunos poemas que dan  título al libro. Las cuatro posturas ante un retorno.

                                                                                 Manuel Aguilera

Comentarios

  1. Excelente introducción a la creación poética como un arte que a su vez está relacionado con otras artes como la musica y la pintura. Sin embargo creo que el sentimiento es también parte inherente de la creación poetica. La labor del poeta es la de expresar sentimientos con ritmo, sonoridad, musicalidad...para así lograr la máxima expresión creativa y artística

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  2. Así es. El sentimiento es la base fundamental en la poesía, siempre con una finalidad artística. Gracias, Fernando. Me alegro de que te haya gustado.

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