ESQUELA MORTUORIA

 

                                         Al final del camino me dirán:

                             — ¿Has vivido? ¿Has amado?

                            Y yo, sin decir nada,

                            abriré el corazón lleno de nombres

                                                                         Pedro Casaldáliga


Qué gozo declinar

tatuado el corazón con tantos nombres.

Firmamento de estrellas.

Resplandeciente nave en mar crispado,

sin distinguir bandera,

sin amarras de ombligo que la fijen a tierra.

 

Agua y agua… Se alcanza pronto el puerto.

Allí te esperan con tu carga, amigo,

corazón de faquir sobre las ascuas

del amor sin notar los alfileres.

(Y entre los abrojos pájaros de luz, Manuel Aguilera)

LA VOZ POÉTICA EN "ÍNTIMO LABERINTO"

 

Llama la atención en Íntimo laberinto, de Fernando Prior ⸺compañero de infancia y adolescencia, y siempre amigo⸺ el yo poético tan intenso que lo vertebra y que responde, prácticamente en su totalidad, a la biografía del autor. Así sucede también, por poner un ejemplo, con la poesía de Luis Cernuda. En ella, la relación yo poético / autor es tan estrecha que se puede calificar de autobiografía poética.

Sin embargo, otro tipo de poesía no guarda esa íntima relación, y las vivencias expresadas por el yo poético no corresponden exactamente a las del autor. Se trata de un yo poético dilatado en el que toman realidad ilusiones, deseos u otras opciones del autor que no llegaron a realizarse; es decir, todo aquello que pudo ser su vivencia y no lo fue. Así, el yo poético de Pessoa se agranda, y afirma: «El poeta es un fingidor. / Finge tan completamente / Que hasta finge que es dolor / El dolor que de veras siente».

Diversa es la temática del poemario (naturaleza, amor, soledad, familia, inquietud social, tristeza, religiosidad…), utilizando para su expresión el molde clásico (soneto, romance, décima…) y la prosa poética. Cabe en él todo lo relacionado con el vivir humano. Capital importancia adquiere el bloque de poemas sobre la naturaleza. Se entra en ella como en un templo sagrado y se percibe una emoción máxima con las continuas exclamaciones en un lenguaje directo, espontáneo. Una emoción impregnada de color, de luz, de olor, ingredientes de la poesía andaluza, y en una apacible atmósfera, endémica, de su ciudad natal: « El otoño ya bañaba / de oro puro la arboleda, / y una alfombra se formaba / debajo de la alameda…». «… ¡Qué lindo es ver los campos / de diminutas flores adornarse, / y al paso de las horas / de preciosos colores esmaltarse!...». Y en un tono más exaltado con la exclamación y con la figura retórica de la anáfora intensificando el sustantivo: «… ¡Campo de tierra labrada, / campo de trigo sembrado / ¡Campo de arroyos que cantan, / campo de rocas callado!...». Incluso se recurre a la naturaleza para engrandecer el amor: «…Traspasé el umbral de tu jardín y me alimenté de las encendidas rosas de tus labios…».

Un yo poético que, preocupado por el deterioro progresivo de nuestro planeta, levanta su voz quejosa: «…El mundo somos todos, tú y yo, nosotros y vosotros que, día a día, la Tierra destruimos…». Y continúa levantándola contra una sociedad consumista, que solo busca el dinero y el poder, que no se preocupa de los más débiles y necesitados: «…Desde aquí surge mi grito como trompeta que toca en claro amanecer / […] ¡Ven para librarnos del seco y estéril desierto del consumo! / ¡Del dorado espejismo de la bolsa! / ¡De la oscura selva del tener!...».

Yo poético «sediento de paz, de justicia» y que me hace recordar a Walt Withman, poeta sensible y espontáneo, que acoge en los brazos infinitos de sus versículos a los más desvalidos, que abraza a todos los hombres sin importarle su raza e ideología, que entreteje un bello canto a la naturaleza: «…De mí brotan infinitas voces largo tiempo calladas, / Voces de generaciones interminables de prisioneros y de esclavos, / Voces de enfermos e inconsolables, de ladrones y de enanos…».

Conforme se avanza en el camino de la vida y se recorren muchos kilómetros de existencia, una cierta querencia conduce a los felices días de la infancia («…No puedo menos de añorar los viajes a casa de mis abuelos en la Victoria, con los cálidos aromas a bollos, magdalenas, suspiros, roscos y pestiños…». Se sabe que toda invitación exige una despedida. La invitación a la vida también. Ese tren de la tarde, sin hora y con un único destino, que se presiente en esa antítesis de alegría / tristeza: «…Allá en la primavera […] alegres campanas sonaban en el corazón. Hoy se escucha el toque de agonía con su lúgubre quejido de tristeza y de dolor…». Mientras, seguir adelante «andando los caminos de la tarde» ⸺como afirma con verso machadiano⸺, con fuerzas para sobreponerse al desaliento: «Pero me alzaré como el fénix que de sus cenizas toma cuerpo. / Volaré como las águilas oteando desde lo alto de los cielos…».

Un yo poético, en definitiva, intenso, que se admira, goza, duda, sufre… y que ⸺utilizando el recurso de la sinécdoque⸺ generosamente se entrega: «...¡Tomad mi corazón, os lo suplico! / Cogedlo con cuidado con las manos!».

 

M. Aguilera

 

 

 

 

 

 L

 

MARCOS DE OBREGÓN POR LA PROVINCIA DE CÓRDOBA

 
Artículo publicado en El Celemín (revista de vida y cultura de Torrecampo [Córdoba] ), nº 30, agosto 2022.


Las Relaciones de la vida del escudero Marcos de Obregón (1618) es la única novela que escribió el rondeño Vicente Espinel (1550-1624), muy estimada en su tiempo y que plantea bastantes problemas en cuanto a su inclusión en el género picaresco. El protagonista relata su vida como personaje dual (Marcos-Espinel), un hibridismo mezcla de biografía y ficción que ha sido bien estudiado por G. Haley[1].

Relata cómo, en su etapa de pubertad o apenas salido de ella, decide salir de Ronda para estudiar en la universidad de Salamanca, iniciándose su primera salida. Llega a Córdoba, sin mencionar para nada el trayecto recorrido. Dedica el tiempo, por la mañana temprano, a oír música en la «Iglesia mayor». Después, durante el almuerzo en el Mesón del Potro, un pícaro se aprovecha de él comiendo a su costa. Allí, en la ciudad, permanece quince días, según afirma en su exposición ante el juez.

Los espacios interiores solo son aludidos: Mesón del Potro (donde se hospeda), otra pensión donde vuelve a comer con el pícaro y la «Iglesia mayor». Del espacio exterior se reflejan algunas pinceladas, como esa focalización rápida de la ciudad cuando capta un rasgo esencial («Córdoba la llana»), o el recorrido por el popular barrio de San Pedro cuando alude a «una casa grande». En el paseo con los dos estudiantes, tampoco se considera el espacio[2].

El trayecto desde Córdoba se resume bastante. Tan solo se da referencia desde la salida hasta un pueblo pequeño, sin mencionar su nombre, lugar elegido por el arriero para llevar a cabo el engaño a Marcos y al resto de los estudiantes. Es el tercer día de camino, y quizás en este día se llegase a Salamanca. Poca información se transmite del espacio exterior, y el que se describe es nocturno. Difícilmente se aprecian la vereda, el alcornoque, los árboles, las matas (un poco altas). Se percibe una sensación de lejanía: ladrar de perros por la presencia de los otros estudiantes perdidos. En resumen, espacio un tanto extraño y misterioso. La llegada a Salamanca bien pudo ser durante la estación otoñal, en la que comenzaría el curso universitario (probablemente en el mes de octubre)[3].

Allá estaría bien pasados los tres o cuatro años, hasta el momento en que una urgencia le hace encaminarse a Ronda para heredar de un pariente una «donación, o capellanía». Esta sería su segunda salida de Salamanca, ya que hubo una primera (en la que el protagonista tiene que volver a su tierra, igual que los demás estudiantes, por revueltas estudiantiles) que solo es recordada sucintamente como conversación de camino con unos mercaderes, que se dirigen también a Ronda con motivo de su feria[4].

Así comenta esta segunda salida:

Acordándome de la poca población que había en Sierra Morena por aquella parte de la Hinojosa, que había quince leguas sin poblado, y por no dejar de ver a Madrid y a Toledo, vine por esta máquina: pasé por Toledo y Ciudad Real[5].

En compañía de los mercaderes, pasan por la comarca de los Pedroches, llegando a Conquista (cuarta jornada de camino) «un domingo por la mañana» y allí oyen misa. Continúan la marcha entregados a un tiempo de conversación. Es la estación primaveral, «que en Sierra Morena por mayo y por todo el verano, aunque de noche hace fresco, de día se encienden los árboles de calor»[6]. El espacio es exteriorizado y concreto, describiéndose con realismo el medio geográfico por donde pasan. En este caso, el aspecto montañoso de Sierra Morena con sus características peculiares: pastor con ganado y perros; paisaje de «ladera», «espesura», «peña» con agua a su pie[7].

Cuando, en conversación de camino, refiere a los mercaderes su primera salida de Salamanca, continúa su descripción del espacio de Sierra Morena: «espesuras», «escondrijos llenos de revueltas y dificultades», «profundidades» en las que se despeña el agua, «árboles», «matas» e «infernal hondura». A estas características hay que añadir el alojamiento de los bandoleros que «parecía más de zorras que de hombres». Se hace referencia a la «leña de encina» tan abundante, a «los tasajos de venado» y a la muchísima caza de esa zona[8].

Va finalizando la jornada ofreciéndose a la vista un nuevo paisaje, la comarca del Alto Guadalquivir, y se regocija el protagonista a la llegada a Adamuz:

Lugar apacible, puesto en el principio o fin de Sierra Morena, en jurisdicción del Marqués del Carpio. Y al mismo tiempo se descubrieron aquellos fértiles campos del Andalucía, tan celebrada de la antigüedad por los Campos Elíseos, reposo de las almas bienaventuradas. Posamos y reposamos aquella noche en Adamuz[9].   

A partir de la quinta jornada, Marcos se separa de los mercaderes, «tomando la vía del Carpio», por llegar a Málaga a resolver unos asuntos. Conforme se va acercando a la orilla del Guadalquivir, encuentra algunos «arenales», «bosquecillo» con conejos y otras «cazas», «un culebrón y una zorra», «zarzal y matas muy espesas». Buscando al mulo por toda la ribera del Guadalquivir, se admira de la abundancia de conejos[10]. Desde la otra parte del río contempla el paisaje:

Miré aquel pedazo de tierra en el tiempo que allí estuve, que en fertilidad y influencia del cielo, hermosura de tierra y agua no he visto cosa mejor en toda la Europa; y para encarecella de una vez, es tierra que da cuatro frutos al año[11].

Aquella noche se queda en el mesón. El incidente de la pérdida del mulo motiva que, al día siguiente, salga con retraso. La salida queda muy resumida. El paisaje vuelve a cambiar durante el trayecto Lucena-Benamejí. Camina ya por una zona con características de la Subbética: camino de «lodo», porque había llovido; paso de un «río» y subida a un «cerro» con «sendas de ovejas y cabras»; en la parte baja, un «arroyo salado»; subida «ladera arriba»; cortijo en «lo alto del cerro». Se mencionan los productos típicos, y asegura que «el aceite de aquella tierra y el vino y vinagre es de lo mejor que hay en toda la Europa»[12]. Además de este espacio exterior y concreto, se cambia también a un espacio interior (cortijo de la Subbética y casa del señor de Benamejí). De este espacio apenas se dice nada. Y, finalmente, el trayecto Benamejí-Málaga se elide.

De la vuelta (Ronda-Salamanca), solo se menciona que negoció «a lo que iba» y su llegada a Salamanca, sin llegar siquiera al resumen.

Marcos realiza, ya en su vejez, un último viaje a Andalucía, que se caracteriza por su incoherencia. Se trata de un tiempo imposible, incoherente en cuanto a la estructura del tiempo en la novela. Ello es indicio de que se trata más bien de un viaje emocional para despedirse de Andalucía. Es muy escueto en cuanto a su trayecto por la provincia de Córdoba. Descansando en una venta, entabla relación con el licenciado Villaseñor, oidor de Sevilla, que en su compañía realizará parte del camino. Solo manifiesta que «Llegamos a Córdoba, donde fue forzoso el apartarnos […]. Y con esto, llegando a la puente de Guadalquivir, dividímonos  cada uno por su camino»[13].

En definitiva, trayectos de Marcos de Obregón por distintas zonas geográficas, aquí analizadas las de la provincia de Córdoba. El tiempo transcurre en la acción física de caminar y, paralelamente, de conversar. Se presenta la vida corriente: se descansa, se come y se duerme en las ventas, y tienen relevancia los encuentros.

 

                                                                        Manuel Aguilera Serrano





[1] «Vicente Espinel y Marcos de Obregón: Biografía, Autobiografía y Novela», en Vicente Espinel, Obras completas, Introducción general, Málaga, Diputación provincial, 1994.

[2] I, 182-89. Cito por la edición de Carrasco Urgoiti, Vida del escudero Marcos de Obregón, II t., Madrid, Castalia, 1988.

[3] I, 190-98.

[4] I, 230-31.

[5] I, 212.

[6] I, 227.

[7] I, 227-28.

[8] I, 230-33.

[9] I, 236.

[10] I, 236, 238, 242.

[11] I, 243

[12] I, 251-53.

[13] II, 225.

EL JAZMÍN

  

Recuerdo aquel jazmín

en el umbrío patio de la casa

abandonada. Sus abiertos ojos

en las noches más largas.

 

Tal vez, por su genética,

descubrió que no existen

las sombras sin la luz.

Trepando por el muro en una sucesión

de días y de noches, se agazapó en sus hombros.

Desde allí armonizó pacientemente

los diversos matices de los días:

el tímido despunte de la aurora,

el refulgente mediodía, el frágil

sonrojo del crepúsculo.

 

Bonachón, allí siempre, con sus ojos

blancos, era aceptado

cómplice —en el silencio

del alma— de los juegos

y de las travesuras.

 

Cuánta luz trae su mirada limpia

cuando asoma en las noches

de recuento de sombras.

(Y entre los abrojos pájaros de luz, Manuel Aguilera)


                                                          


OTROS REYES MAGOS

 

Sentía limitada su misma inmensidad,

agobio por su eterna soledad.

Nos buscaban sus venas, estirándose

más allá de los montes y pinares

lejanos, más allá de vertederos

con hambrientas gaviotas, más allá

de alcantarillas, de áridos terrenos…

 

El mar: el fin de la naturaleza

fluyente, adonde llegan los obsequios

plástico y variedades

del dadivoso rey de lo creado.

En repentinas cabalgatas va

el calamar luciendo impermeable,

altiva la tortuga

en su bolsa con doble protección,

rígida la dorada con adorno

de horquilla atravesando el paladar…

Y en vez de serpentinas y confetis,

como fugaz descorche de champán,

un hormigueo de los microplásticos.

 

Van muriendo las olas en la arena

con un triste porqué.


(Manuel Aguilera, Y entre los abrojos pájaros de luz,

Ediciones Rilke)

 

EN LA RETINA

 


Conservo en la retina lo que puedo

llevarme de ti, pueblo de mi infancia.

Insaciable, lo intento todo, piedra

a piedra, sentimiento a sentimiento,

y no puedo evitar que te derrames.

 

Pero, ay, tu luz me llega más cansina.

Esa luz, joven, que se precipita

por los adarves y ágil va ascendiendo

hasta las más lejanas cumbres. Luz,

no atrapada, que deja

jirones en los verdes olivares,

en las sombrías faldas de los montes,

en las tonalidades de las sierras…

 

Color me vas perdiendo. Casi en blanco

y negro ya tu imagen.

Dime que tú nunca envejeces. Dime

que por siempre reluces, que soy yo,

a lo largo del tiempo, jadeante y cansado.

(Manuel Aguilera, Y entre los abrojos pájaros de luz, Ediciones Rilke)

LA MIRADA AL FRENTE

 

… ¿Y volver la cabeza condoliéndote

de todo lo que dejas?

Solamente verás subir el humo

del tiempo consumido.

Sigue adelante, no te preocupes.

Si un sentimiento late en la ceniza

y te busca: unas lágrimas, un beso,

una caricia…, desplegando el vuelo

te alcanzará a lo largo del camino.

 

No mires para atrás. El tiempo consumido

o deja una frialdad que congela el aliento

o extrema consunción,

absoluto vacío

en estatua de sal.

 

Al frente la mirada,

a un tiempo por venir en continuos instantes.

No vas solo si miras a los lados.

Formas parte de un vasto corazón

latiendo intensamente hacia la luz sin término.

(Manuel Aguilera, Y entre los abrojos pájaros de luz, Ediciones Rilke)

EL VIOLINISTA CALLEJERO

  No desdeña ningún espacio el violinista callejero. Hoy, sentado en su taburete, realza una modesta esquina, como también en otra...