con la tinta indeleble
a las espaldas.
De los pupitres, el postrero, el tuyo,
un endeble rocín tras
enjaezados
corceles. Presidía el
almanaque
un junio pantocrátor.
Cuánto trote por sierras,
por campiñas,
de lejanos países,
cuánto sudor
encarcelando reyes
y dinastías la infantil
memoria,
que pronto se esfumaban
por mágicas fisuras.
Qué poco te pesaba el
33,
amigo. Dime qué piadoso
Dédalo
te guio por el tortuoso
laberinto
del saber sorteando
décimas y centésimas.
Dime quién te inculcó que lo importante
es tan solo llegar.
Llegar a nuestro ritmo.
(Los rostros de Ítaca, Ediciones Rilke, 2019)
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