ALGUNOS ELEMENTOS DE LA CREACIÓN POÉTICA


                                                                      Presentación de Notas de arpa en vuelo

                                                                      Museo Jorge Rando

                                                                      Málaga


Pocos, pero selectos y fieles, son los lectores de poesía hoy. Algo distinto ocurre con la narrativa, que tiene muchos más seguidores. Sin embargo, no se puede obviar su importancia a lo largo de la historia de la literatura, siendo el género literario por excelencia. Siempre ha existido un gran interés por saber qué es la poesía, por su forma de expresión ―ya sea la tradicional con métrica y rima, ya sea la libre― y por sus recursos más frecuentes de creación.

Respecto a su definición, se le han asignado unas características u otras. De todas ellas habría que seleccionar aquellas que la definen esencialmente. Así, se puede afirmar que es la expresión del sentimiento con una función estética o artística, coincidiendo este cometido con la literatura en general, pues no existe literatura sin esa función artística.

Tanto en la forma tradicional como en la libre aparecen ejemplos bellísimos. A quién no le estremece el soneto anónimo del XVI: «No me mueve, mi Dios, para quererte / el cielo que me tienes prometido», o el amoroso de Miguel Hernández: «Te me mueres de casta y de sencilla: / estoy convicto, amor, estoy confeso / de que, raptor intrépido de un beso, / yo te libé la flor de la mejilla», o, en su forma libre, el largo e intenso abrazo de humanidad de Walt Whitman: «Aquí estoy con música ruidosa con mis clarines y mis / tambores, / No solo ejecuto marchas para las victorias consagradas yo / ejecuto también marcha para los vencidos y para / los asesinados». Aparece también el momento poético salpicado en textos de otros géneros literarios, como el «apriesa cantan los gallos e quieren quebrar albores», de nuestro poema épico Cantar de mio Cid, o en el mismo poema el «assís parten unos d’otros commo la uña de la carne», indicando el dolor de la separación de Rodrigo y Jimena. Y así se pueden señalar muchos más ejemplos.

No es fácil, a pesar de la opinión común, la creación poética libre. Así lo expresa, al menos, el gran escritor Jorge Luis Borges en su Credo de poeta: «Creo que no he cometido todos los errores posibles ―porque los errores son innumerables―, pero sí muchos de ellos. Por ejemplo, yo empecé, como la mayoría de los jóvenes, creyendo que el verso libre era más fácil que las formas sujetas a reglas. Hoy estoy casi seguro de que el verso libre es mucho más difícil que las formas medidas y clásicas».

La expresión del sentimiento es primordialmente su esencia, y para ello el poeta utiliza distintos recursos, entre ellos el del yo poético o sujeto lírico. Un yo ―la mayoría de las veces en primera persona del singular― identificable en los textos por sus marcas gramaticales (Estación de origen, p.33). Este yo toma diversas perspectivas en los poemas. Algunas veces como un yo despersonalizado, escondido, sin marca gramatical que lo detecte (Soledad, p.27). Otras, desdoblado en un tú, y como dialogando con él, tan frecuentemente utilizado por Luis Cernuda (Un día de tantos, p.37). Y así algunas otras formas de presentarse.

Otro recurso fundamental es el ritmo poético, tanto en la forma tradicional poética como en la forma libre. Es un retorno de un elemento a lo largo del texto que se percibe con regularidad. En la forma tradicional, se logra por las secuencias rítmicas acentuales de los versos perfectamente reguladas a lo largo del poema, además de lo que aportan la métrica y la rima. Es un retorno acústico. En la poesía libre, al perderse o relajarse lo acústico, el ritmo se adquiere principalmente por otros medios muy diversos, como pueden ser de carácter semántico y sintáctico (repeticiones, paralelismos…), también por el alargamiento o acortamiento de versos según la idea que se quiera transmitir (recurso muy utilizado en la generación del 27). Incluso se habla de ritmo visual: espacios en blanco, mezcla de tipos y tamaños de letra, mayúsculas, etc. Pero hay que advertir que en la poesía libre existen distintos niveles, que van desde una poesía semilibre al versículo, cuyo máximo representante es Whitman.

La creación poética sale incompleta de la pluma del autor. Es necesario que se complete con la interpretación de cada lector que se acerque a ella. Y hay que hacerlo con una mirada oblicua, especial, yo diría con ojos del alma, ese saber bucear en ella, ya que la poesía no se capta con esa mirada lineal de la narrativa. A lo largo de la lectura, habrá momentos planos ―neutros los llama Dámaso Alonso―, no relevantes en el texto, pero sí necesarios para llegar al fenómeno poético: esa penetración estética en nuestra intimidad más desnuda.

En las líneas que siguen, esbozaré la estructura de mi obra, por si sirve de ayuda para otras lecturas, pues los textos poéticos parten desde su principio con una dimensión polisémica. El significado del título, Notas de arpa en vuelo, tiene como germen el concepto neoplatónico de la música del universo, tan presente en la poesía de Fray Luis de León. Recuérdese su conocido poema A Francisco Salina, famoso compositor y organista del siglo XVI, catedrático de la universidad de Salamanca, y cuya música tanto admiró: «Traspasa el aire todo / hasta llegar a la más alta esfera, / y oye allí otro modo / de no perecedera / música, que es de todas la primera. / Ve cómo el gran maestro, / aquesta inmensa citara aplicado, / con movimiento diestro / produce el son sagrado, / con que este eterno templo es sustentado». Pues bien, aparece en el poemario ―motivo por el que estamos hoy reunidos― el mundo como arpa, y esos dedos invisibles que pulsan sus cuerdas. Cuerdas, los humanos; cuerdas, todos los seres vivientes, invitados a la existencia con sonidos limpios, que pierden vuelo muchos de ellos y se convierten en bastardos. Esta es la significación que aporta el libro, abriéndose con un Preludio a modo de obra musical.

La primera parte, De sus cuerdas espurios sonidos, representa el aspecto más negativo de la realidad, el de las cuerdas que emiten esos deteriorados sonidos. Los sonidos de la injusticia, de la soledad, del dominio, de la vejez… La segunda parte, Sonido errante, está centrada en un yo poético de altos y bajos vuelos en sus diversos momentos que, en la tercera, En vertical vuelo, coge verticalidad en el amor, la naturaleza, admirando el límite transcendente del sonido afinado de Juan de la Cruz, que da alcance a la causa que lo emite. El efecto descansa en su causa (Una cuerda del arpa, p.57).

Gracias a todos.

                                                               Manuel Aguilera

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