Fuime
a mi posadilla, que aunque pequeña, me hallé
con una docena de amigos que restituyeron mi
libertad,
que los libros hacen libre
a quien los quiere bien
(Marcos de Obregón, tom.I, desc. 8).
Esta tarde de otoño,
cansada de asomarse al
ventanal,
sume al salón en un
recogimiento
de recinto sagrado.
No hay voz dominadora
que escale por paredes
y cortinas
ni ruido que perturbe
la quietud de los libros,
silentes troncos de
árbol
en las frías moradas de
su olvido.
Permanece en su entorno una vaga
conciencia
de desplome de ramas,
de pájaros errando su
retorno,
de mortíferas hojas
con temblor de raíces
en los filos.
Piano la estantería
siempre aguardando unos
curiosos dedos
que recorran los lomos,
se paren y escudriñen
sus entrañas.
Allí, la luz del
hombre.
(Los rostros de Ítaca, Ediciones Rilke, 2019)
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