que salió de la pluma
de Espronceda,
con muchas ansias de
encontrar el mar,
un veloz bergantín
bautizado El Temido.
Aún el mar presiente,
cuando la luna riela,
el ardoroso canto del
capitán pirata,
solo en la popa, libre
en la vasta extensión,
sin ningún enemigo que
avizore,
sin canto de sirenas
que trueque su ideario
por un triste final
de esqueleto olvidado
en una de las islas.
Y la rítmica arfada del
velero
dejando como estela
una armoniosa
ondulación de versos
que espuman en la
orilla.
(Los rostros de Ítaca, Ediciones Rilke, 2019)
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