al rítmico revuelo de
su manto
de niebla, que se posa
en nuestros hombros
y nos desviste de horas
y minutos.
Los pies sienten
firmeza
como garras de buitres
leonados
en las calcáreas rocas.
El escenario cambia
lentamente
voluminosas masas, que
yerguen sus cabezas,
por gibas de camellos
que rizan el paisaje.
Camuflados hangares con
herméticos ovnis
por boinas de gigantes
en sibilino diálogo.
Restos de una ciudad en
súbito abandono
por el primer bostezo
de existencia emergente.
Se deshacen los últimos
hilvanes
del manto de Proteo en
la mirada
de un sol en plenitud
que va excitando con
obstinación
los rugosos pezones de
las piedras.
(Los rostros de Ítaca, Ediciones Rilke, 2019)
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