No tuvo que tocar el aldabón
el cansado Odiseo a
quien nadie esperaba,
cedía con gemido la
puerta entreabierta.
El zaguán, el jardín se
le vinieron
encima como dos
efusivos cachorros.
En su rincón de
siempre, el albérchigo, mustio.
«¿Quién hay?». Los fue
nombrando uno por uno.
El tiempo cabalgaba en
su jamelgo
silencioso sangrando la
humedad
de techos y paredes.
Mas los volvió a
nombrar con voz del alma,
y el vívido recuerdo
desvaneció la umbría:
a mitad del pasillo, en
la pared,
Damián de Veuster rumbo
a Molokai;
dominando el frontal
del comedor,
la Santa Cena, y tras
la misma entrada,
en protectora altura,
el venerado
Corazón de Jesús.
La mañana esparcía
alacridad
por el perfil adusto de
la calle,
por ventanas, balcones,
somnolientos tejados
que perfilaban ya sus
romas uñas.
(Los rostros de Ítaca, Ediciones Rilke, 2019)
Precioso 😍
ResponderEliminarTu poesía derrocha imaginacion fecunda y un rico léxico. Me gusta. Ya la leí en tu libro
ResponderEliminarGracias, Fernando. Me alegro de que te guste. Un abrazo.
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