UN CANSADO ODISEO

 

No tuvo que tocar el aldabón

el cansado Odiseo a quien nadie esperaba,

cedía con gemido la puerta entreabierta.

El zaguán, el jardín se le vinieron

encima  como dos

efusivos cachorros.

En su rincón de siempre, el albérchigo, mustio.

 

«¿Quién hay?». Los fue nombrando uno por uno.

El tiempo cabalgaba en su jamelgo

silencioso sangrando la humedad

de techos y paredes.

 

Mas los volvió a nombrar con voz del alma,

y el vívido recuerdo

desvaneció la umbría:

a mitad del pasillo, en la pared,

Damián de Veuster rumbo a Molokai;

dominando el frontal del comedor,

la Santa Cena, y tras la misma entrada,

en protectora altura, el venerado

Corazón de Jesús.

 

La mañana esparcía alacridad

por el perfil adusto de la calle,

por ventanas, balcones,

somnolientos tejados

que perfilaban ya sus romas uñas.


(Los rostros de Ítaca, Ediciones Rilke, 2019)

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