Un disparo sonrojó
la tarde y detuvo el tiempo:
sobró ya el trotar del ciervo
siguiendo el bramido,
estela de vaho
que buscaba su destino.
¡Detén tu trote!
Ya no hay tardes ni mañanas,
ni hierba, cama de tu cuerpo,
ni agua, frescor de tu ardor,
ni aroma de hembra embriagadora.
¡Detente!
En breves segundos su dicha,
fría cornamenta humillada,
con dolor marcado en la boca
acoge la muerte en sus ojos.
¡Qué desdichada suerte!
Cercano el encuentro,
el fuego se trocó en nieve.
(Entre luces, sombras y ecos de ausencias, ed.Vértice, 2011)
No hay comentarios:
Publicar un comentario