Calle de San Pablo, Baeza.
Qué sorpresa toparse con don Antonio
sentado en un banco y abstraído en su lectura,
entre el Palacio de Sánchez Valenzuela y el de Los Salcedo,
pierna derecha sobre la izquierda, mano derecha
con el libro, izquierda —acodada en el brazo del banco—
acariciando el mentón, sombrero y bastón sobre el asiento.
(«¿Y el cigarro?».
«La censura, don Antonio, la censura»).
Estoicamente soportando la canícula de julio,
acompañado de turistas, niños, curiosos,
y fotos, y fotos.
Hora tras hora, a la espera paciente
de una voz y una mano que toque
su hombro: ¡don Antonio!,
y lo despierten de su sueño.
Dejadlo que busque su sitio
en la soledad de su campo,
que lo encuentren bajo el límpido
cielo azul de inquietas golondrinas,
de viejos olivos sedientos,
de olivares polvorientos…
(Entre luces, sombras y ecos de ausencias, ed. Vértice, 2011)
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