La tarde, ebria de nubes,
va cobijando en su grisáceo sauce
de húmedos dedos el verdor del parque
—alzado en luz de farolas—,
donde hermanábamos las dudas
y desenvolvíamos los sueños
de sus papelillos de colores.
Va cobijando indómitos bloques
de hormigón,
irregulares tejas de casas…
Rebotes en cornisas, paraguas, envolventes
la agotan sobre charcos
que oprimen descaradas suelas.
Huyen
por las alcantarillas los acúmulos de agua.
Voces infantiles, que fintan recodos,
acaparan sus últimas caricias.
Todo parece que se asoma
por primera vez a la existencia
cuando un aire nuevo, límpido,
excita con su roce las superficies:
se vislumbran los álamos del río,
el monte agazapado en lejanía…
Y es el pájaro el único
que puede responder al son del agua
sobre el nervio de las hojas.
El único que puede registrar
los matices tonales en cada árbol.
(Notas de arpa en vuelo, Perea Ediciones, 2018)
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