Siempre te ven mis ojos, ciudad
de mis días marinos.
Colgada del imponente monte, apenas detenida
en tu vertical caída a las ondas azules.
Llegas como en oleada a un paraje desconocido.
Te sorprende la luz,
que va tanteando el lomo de los montes
hasta expandirse por el litoral
y que huye entrelazándose
con los festones de las olas.
En la orilla las barcas en éxtasis al largo poema de la
mar.
El verde se descuelga de la altura
en presuroso alud con dirección al parque.
Llegas a una ciudad transcendida
por el verso y la pintura.
El poeta concibe el nombre en su fantasía de niño,
y el pintor la sustancia en vuelo de paloma:
Ciudad del Paraíso, aleteando
en el azul sobre lo inmenso,
estación de destino
en la antesala de lo absoluto.
Ya tan solo un saltar,
sin temblor de vacío,
hacia un beso sin labios,
hacia una caricia sin roce.
Alza el murmullo el Guadalquivir, que siempre está llegando.
(Notas de arpa en vuelo, Perea Ediciones, 2018)
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